El reciente episodio de violencia escolar entre dos estudiantes en Quito me lleva a la reflexión de que la educación está deteriorada. Esto no resulta ser un caso aislado: es el reflejo de la problemática que ocurre en muchas instituciones educativas del país.

Se ha dicho que la educación es la base para el desarrollo del país, pero si la educación actual es mala, si el rendimiento es pésimo, ¿qué futuro le espera al Ecuador?

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La violencia es una conducta hostil cuya finalidad es causar daño al prójimo. Se puede observar a muchos estudiantes que insultan, agreden, responden de forma agresiva, utilizan sin ningún reparo términos soeces, entre otras situaciones negativas, y no pasa nada. Es alarmante escuchar que por ser adulto tienes que tolerar lo intolerable, respetar al irrespetuoso y permitir que boicoteen la clase con constantes impertinencias.

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Muchos docentes optan por no “hacerse problemas” y soportan estas malas actuaciones, pues para corregir en algo estas contrariedades hay que seguir rutas y protocolos, que no son más que cortapisas que no coadyuvan en nada.

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Además, las muestras de afecto romántico son constantes. Algunos estudiantes de manera irrespetuosa manifiestan sus amores sin recato. Las niñas confunden las aulas con salones de belleza; el peinado y el maquillaje son sus distracciones favoritas. A esto se suma que el uso del celular no ha quedado de lado; los audífonos adornan sus oídos.

El docente no puede hacer mucho si no se cuenta con el compromiso y el apoyo de la familia, la cual casi siempre permanece ausente. Las justificaciones están a la orden del día: culpan al tiempo, al trabajo, al sistema, y pocos se atreven a mirar hacia adentro. Algunos padres exigen derechos, pero no enseñan límites. Otros pretenden dar cátedras a los profesores, pero no colaboran con el refuerzo en el hogar.

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La violencia escolar, un mal que crece sin control

El estudio no es un juego; requiere dedicación, concentración, responsabilidad y compromiso, pero muchos estudiantes no lo asimilan como tal. Ellos quieren divertirse, conversar, jugar, pasarla bien; se interesan cada vez menos por los estudios y aplican la ley del mínimo esfuerzo. (O)

Mariana Mendoza Orellana, Guayaquil