Cada 1 de octubre, el mundo conmemora el Día Internacional de las Personas de Edad, fecha instituida por la Organización de las Naciones Unidas para rendir homenaje a quienes han recorrido largos caminos y hoy representan un pilar de experiencia, memoria y sabiduría. Sin embargo, más allá de la celebración, la jornada nos invita a reflexionar sobre cómo la sociedad está respondiendo a los desafíos del envejecimiento poblacional. Los adultos mayores no son solo un grupo etario, sino un universo humano cargado de historias, aprendizajes y aportes que muchas veces pasan desapercibidos en un mundo acelerado, obsesionado con la juventud y la inmediatez. Reconocerlos implica romper estereotipos y superar la visión asistencialista que los reduce a la dependencia o la vulnerabilidad. Hoy, el verdadero reto está en garantizar un envejecimiento activo, digno y saludable. Esto significa promover políticas públicas que aseguren acceso a salud de calidad, pensiones justas, inclusión digital y espacios de participación social. Pero también demanda un cambio cultural: aprender a valorar la vejez como una etapa vital que merece respeto y protagonismo.
La familia y la comunidad cumplen un rol irremplazable. Escuchar a un adulto mayor, integrarlo a la vida social y reconocer su aporte cotidiano es sembrar humanidad y memoria colectiva. La indiferencia, en cambio, es una forma silenciosa de exclusión que empobrece a todos. Conmemorar este día no debe quedarse en actos protocolarios. Es, ante todo, un llamado a la conciencia y la acción: mirar a los adultos mayores como lo que realmente son, depositarios de la identidad y la historia de los pueblos. Honrar su universo es también prepararnos para nuestro propio futuro.
La soledad es el otro rostro del adulto mayor, uno de los grandes desafíos que enfrentan hoy los adultos mayores es la soledad. Muchas veces rodeados de silencio, ellos viven el peso del aislamiento cuando la familia se dispersa, las amistades se van extinguiendo y la sociedad los relega a un segundo plano. La soledad no solo es un sentimiento, también se convierte en un problema de salud pública: aumenta el riesgo de depresión, deterioro cognitivo y enfermedades físicas. Cada persona de edad encierra en su memoria la historia de una familia, de una comunidad y, en muchos casos, de todo un país. Son guardianes de valores, tradiciones y aprendizajes que no se encuentran en los libros ni en las redes sociales. El error de nuestra época es subestimar esa riqueza intangible, dejándola diluirse en la indiferencia o en el olvido. Valorar la palabra de un adulto mayor es rescatar la voz de la experiencia; es entender que lo que hoy disfrutamos, en gran parte, fue construido por ellos con esfuerzo y sacrificio. Honrar al adulto mayor no debe ser un gesto ocasional, sino un compromiso permanente. Acompañarlos, escucharlos y valorar su aporte es invertir en humanidad, porque tarde o temprano todos recorreremos ese mismo camino. Una sociedad que cuida a sus mayores no solo protege su pasado, también asegura la dignidad de su propio futuro. (O)
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Nelson Humberto Salazar Ojeda, escritor, Quito