Hablan los ancianos de Manabí que las épocas andan pausadamente por estos poblados, donde el arroyo susurra en voz baja. Pero a pesar de que ande lentamente, perennemente arrastra algo consigo. Y una de las remembranzas que los años han arrastrado, poco a poco, como los caudales de los ríos Portoviejo, Chone y Carrizal, es la imagen modesta del burro.
Los viejos suelen narrar que al amanecer, en el momento que el cielo se viste de azul profundo para recibir el día, los montuvios partían a sus quehaceres, algunos empleados en haciendas, otros en sus propios terruños.
El velo de la madrugada se interrumpía con el cantar de los gallos tempraneros y el ruido lento de los cascos sobre la tierra en el sendero.
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Encima de las monturas iban los jornaleros sombrero Jipijapa, de paja toquilla, machete en pretina, con la fuerza para superar los desafíos.
El burro no solo era un animal de transporte o carga: era amigo, sustento y calma.
El montuvio borracho, dormido e inconsciente va sobre el lomo de su burro, bajo la responsabilidad de su noble y fiel animal, que lo lleva hasta su recinto, su casa, a reposar.
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También recuerdan escenarios que repiten con afecto: veían jornaleros sentados al lado de sus burros a la orilla del riachuelo, charlando y tomando café caliente en pocillos sin orejas; la leña ardiendo en el fogón, echando humo; la olla emanaba el olor del café mezclado con el viento húmedo de la montaña, y conversaciones sencillas.
Pero el tiempo, que no se detiene, y su modernización de las máquinas nos va dejando la nostalgia por el pasado: llegaron las motos, rápidas, con su humo y sus ruidos continuos. Y gradualmente, los burros han sido reemplazados, quedando de lado, como la radio de onda corta, los televisores de tubo y los teléfonos de disco.
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En lo actual esporádicamente se les ve muy poco, inclusive en los campos ya casi no saben nombrarlos. A pesar de ello, al llegar el ocaso, el sol enrojece las planchas de zinc de los techos de Jipijapa, muchos escuchan el eco lejano del rebuznar de los burros, como los recuerdos obstinados, reticentes a irse.
El burro no fue solo un animal de trabajo, formaba parte de la gente del campo y de la sencillez de la vida, presenció épocas donde las personas andaban lentamente y el corazón del mismo modo. (O)
José Danilo Nieves Llanga, Guayaquil


















