Reflexionando sobre las sanciones que reciben los autores de abominables crímenes: robos, estafas, violaciones sexuales, corrupción, entre tantos delitos penados por nuestra legislación, que nombrarlos ocuparía tiempo y espacio aprovechable en temas más altruistas, llegué a preguntarme si lo que el viejo adagio popular: “El que la hace, la paga”, tiene sustento. Siendo un dicho muy antiguo pareciese efectivamente que sí, cuando el autor de un delito recibe su castigo al ser condenado por la sociedad y sus leyes. Pero luego de ponerme más profundo, sensible y agudo en mi reflexión, pude ponerle justicia al entorno del sindicado y me vi juzgándolos tanto o más responsables de los hechos imputados.
Y cómo no declarar si no cómplice, al menos encubridores a padres, cónyuges, hijos, parientes y “amigos” que conocen y “acolitan” o permiten e incluso hasta patrocinan los delitos del autor a ratos, no por solidaridad o afecto cuanto por usufructuar de los bienes mal habidos de los que disfrutan sin el menor remordimiento ni pesar.
Durán: vivir entre balas y guardar silencio
Es público el caso de padres, hermanos, hijos de prófugos sentenciados por delitos relacionados con la corrupción como el peculado, enriquecimiento ilícito, cohecho, corrupción, tráfico de influencias, testaferrismo, entre otros; y los cometidos por las organizaciones criminales como delincuencia organizada, tráfico de drogas y de armas, lavado de activos, y muchos más. Considero a ese entorno del infractor tanto o más responsables, ya que pudiendo evitar el cometimiento del ilícito, no lo hicieron, por lo tanto deben ser juzgados como coautores o cómplices, merecedores de fuertes sanciones de los que de suyo reciben al ser reprochados por la sociedad que los condena moralmente de forma silenciosa.
Publicidad
Y qué podemos decir de los profesionales de la jurisprudencia que defienden sin reparo a los delincuentes, pero por grandes sumas económicas, lo que no está prohibido por la legislación, pero hay un límite entre lo ético-moral y la justicia social.
Los derechos de los delincuentes
Resulta preocupante y hasta peligroso abordar y despejar este que parecería un simple adagio popular, pero que es una “verdad refutable” que llama a la reflexión de los jóvenes, casi niños que se iniciaron en la delincuencia y el crimen, por ser un camino fácil para la obtención de dinero y comodidades, pero que si no les quita tempranamente la vida, los distancia de la auténtica felicidad, que debe ser el bien más preciado por la humanidad.
Concluyo esta carta con otras interrogantes como: ¿de qué le sirvió al Chapo e hijos en México y a Fito en Ecuador tanto dinero sucio, si estarán encerrados de por vida en una celda de Estados Unidos?, y también, ¿para qué les sirve a sus familias esos bienes de origen putrefacto (que ya fueron incautados) si vivirán el eterno juzgamiento de quienes los conocen y el repudio de las personas que viven en paz y libertad por ser honestos? (O)
Publicidad
Joffre E. Pástor Carrillo, educador, Guayaquil