Guayaquil, ciudad única en su arquitectura urbanística, es un atractivo turístico para quienes la visitan. La presencia de soportales, arcadas y balcones constituyen su alma y su identidad. Es posible que se observen portales y soportales en otras ciudades de Sudamérica, mas, no con la singularidad y encanto que posee Guayaquil. Los soportales surgieron como una necesidad de protegerse del sol y la lluvia, además de dar sombra a los comercios que se fueron extendiendo, especialmente en el Barrio del Conchero, zona histórica de Guayaquil, ubicada en el Malecón. Luego no fue solo una necesidad sino una obligación debido a que surgieron ordenanzas municipales que regularon los soportales, o pórticos, mismas que hasta la actualidad forman parte de las normativas de construcción y edificación del cantón que establecen alturas mínimas y máximas para los soportales. Normalmente tenían una altura de 4 metros y un ancho de 3 metros, medidos desde la línea de fábrica hasta la pared.
A fines de los años 20 los soportales fueron parte del transitar de poetas y compositores como la célebre tertulia que mantuvieron Lauro Dávila y Nicasio Safadi en el barrio de las calles Lorenzo de Garaicoa y Sucre para la creación del emblemático pasillo Guayaquil de mis amores.
Con el tiempo estos lugares se integraron en la vida cotidiana de Guayaquil. Pasado el mediodía, la frescura de los portales hacía más agradable el retorno a la jornada laboral; en las tardes, los niños se entretenían con juegos tradicionales que hoy se añoran en demasía y qué decir de las noches de estos portales, se llevaron entre sus sombras historias de amor y desamor. Al amparo de los portales se establecieron pequeños negocios que fueron creciendo y dando mejores días a los lugareños; aún se observan canillitas voceando las novedades del mundo, el lotero que ofrece fortuna a los transeúntes. Todo en medio de una inseguridad que lamentablemente se ha quedado en sus esquinas y que permite recorrer con temor los soportales de Guayaquil. (O)
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Rosa Victoria García Ronquillo, abogada, Guayaquil