Uno ve los mapas de Guayaquil y nota lo crecida que está la ciudad. Pero más allá de ahí, no pasamos.
Alguna gente se hincha de orgullo cuando escucha que en la metrópoli viven tres millones de personas, pero pocos reparan en que competimos en hacinamiento y desorden con otras ciudades grandes de África y el sudeste asiático.
Y son lugares que no conocemos, a los cuales no queremos acceder por el miedo; asimismo, tampoco hay lugares que nos gustaría conocer, atracciones que brinden algún motivo para visitar, a pesar del hermoso río que baña Pascuales y las cercanías de la autopista Santa Narcisa de Jesús, y los antiguos bosques del oeste guayaquileño cercanos a los canales de riego, que en vez del relax que ofrece el agua corriendo trae el miedo de los desbordes en tiempos de invierno, aparte de las acciones descomedidas de algunos bañistas.
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Se sueña en una vía rápida que conecte y permita acercarnos a los asentamientos de Monte Sinaí, Voluntad de Dios, Realidad de Dios, Ciudad Victoria, La Ladrillera, etc., y acercarlas más a la ciudad para saber que existen.
Un llamado a los hermanos operadores de justicia
Ciertamente, poco o nada se sabe de estas partes de Guayaquil, la ciudad que ya en su oportunidad les dio la espalda a Guasmos, Trinitaria, Bastión, Mapasingue y los suburbios, este verdadero nuevo Guayaquil al que le falta más que cemento y legalización de terrenos. A Guayaquil le faltan parques, espacios de esparcimiento y deportes, lugares de culto, escuelas, plazas e instituciones al servicio de los ciudadanos. (O)
Roberto Francisco Castro Vizueta, abogado, Guayaquil