Un pensador refiere “que la codicia es el principio de muchos males”. Esta frase célebre coincide con la ambición de vender más productos farmacéuticos y la aceptación mercantil de medios televisivos de ofrecer remedios igual para pintarse las uñas o el cabello, fármacos no para enfermedades sino para síntomas o secuelas de ellas. Por ejemplo, gastritis, colitis, bronquitis, diabetes, hipertensión arterial, hemorroides, artritis, cataratas, obesidad, cicatrices, etcétera, con la venta de fármacos populares, que algunas veces no cuentan con registro sanitario. Pronto se ofrecerán fórmulas para tiroiditis, encefalitis, pancreatitis, endometritis, trombosis, aneurismas o cáncer a cualquier nivel del organismo. Un mercado similar a la venta por televisión de jabones, tinturas, refrescos, pastas dentales o hamburguesas.
Lo expuesto demuestra que se subestima la consulta al médico internista, al urólogo, al ginecólogo, al ortopedista, quienes no han abandonado la anamnesis, el diagnóstico, el tratamiento correspondiente a la visita médica, tal como se recomendó en su juramento de la Grecia hace varios siglos. La pregunta oportuna es para qué sirvieron la investigación, la experimentación y la aprobación investigada en instituciones colegiadas, antes de ser puestas al mercado. Pasaron siglos para que la medicina y la tecnología médica redujeran la mortalidad infantil y alarguen la expectativa de vida a nivel mundial. Sería un retroceso volver a la medicina artesanal que se publicita en algunos canales de televisión, con el riesgo de que ese dolor de cabeza corresponda a un aneurisma cerebral o que el dolor abdominal sea una pancreatitis, o un dolor pélvico a un embarazo fuera del útero, o un dolor de pecho a un infarto cardiaco.
La venta de medicinas por televisión ha dado lugar a la automedicación. No hay control de venta de mercado. (O)
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Guillermo W. Álvarez, médico, Quito


















