Para los ecuatorianos, el 2025 ha sido un año de sobresaltos constantes. La sensación de inseguridad sigue instalada en la cotidianidad y la violencia no nos deja vivir en paz, pese a los esfuerzos desplegados por el Gobierno. La realidad es dura y persistente: el miedo ya es parte del día a día de miles de familias que solo aspiran a trabajar, estudiar y transitar sin temor.
En este contexto, el Estado continúa en deuda con sus ciudadanos en la satisfacción de necesidades fundamentales. La inseguridad sigue adueñada de nuestra paz; el sistema de salud enfrenta carencias estructurales; la educación no logra responder a los desafíos del presente; y las oportunidades laborales son insuficientes para una población que exige, con razón, un futuro más digno. Estas falencias no son nuevas, pero su impacto se ha vuelto más evidente en un país agotado por la incertidumbre.
Es justo reconocer que el presidente de la República, Daniel Noboa, heredó una carga pesada, resultado de años de malas decisiones, abandono institucional y problemas estructurales que no pueden resolverse en pocos meses. Sin embargo, también es legítimo señalar que su equipo de gobierno no ha estado a la altura de las circunstancias. La falta de claridad en algunas políticas, los errores de ejecución y la débil conexión con las demandas ciudadanas han generado preocupación y desencanto.
De allí, el resultado de la reciente consulta popular y referéndum, que más allá de cifras y lecturas políticas, encendió las alertas en el Palacio de Carondelet. El mensaje ciudadano hacia el Gobierno ha sido claro: se exige mayor eficacia, coherencia y sensibilidad frente a los problemas reales del país. No se trata solo de gobernar, sino de hacerlo con rumbo, empatía y resultados tangibles.
Y las primeras señales de cambio enviadas por el presidente nos hacen pensar que el mensaje llegó fuerte y que ha sido escuchado.
Sin embargo, en este 2025 que termina no todo ha sido negativo. El acertado manejo de la macroeconomía ha reducido el riesgo país a niveles históricos, lo que ha permitido mantener cierta estabilidad en medio de un entorno regional complejo. Asimismo, los esfuerzos del presidente Daniel Noboa por abrir nuevos mercados y atraer inversiones representan una apuesta necesaria para reactivar la economía y generar empleo. Son decisiones que, aunque no siempre visibles de inmediato, podrían comenzar a inclinar la balanza a favor del país en este nuevo año que está a punto de iniciar.
Esperemos que el 2026 sea, entonces, un año de resurgimiento. Que los ecuatorianos sintamos una mejoría real en nuestra calidad de vida y que quienes circunstancialmente ocupan importantes funciones públicas comprendan que están allí para servir, no para servirse.
Y también esperemos que la selección ecuatoriana de fútbol nos dé un alegrón en la Copa del Mundo 2026 que se dará en Estados Unidos, México y Canadá. Esperemos que sus victorias sirvan de bálsamo, para las heridas de nuestro acongojado pueblo.
Desde esta columna deseamos un venturoso 2026, cargado de esperanza y bendiciones para todas las familias ecuatorianas. (O)








