Quiero honrar a los valientes alemanes que el 9 de octubre de 1989 en Leipzig salieron a las calles a desafiar a un régimen autoritario y mentiroso bajo cuyo yugo habían vivido ya demasiado tiempo. Una revolución asombrosa porque pacíficamente apoyaron la caída de un muro que parecía imposible de derrumbar. Todavía resonaba la masacre de la Plaza de Tiananmen donde en junio del mismo año el Gobierno chino regara la sangre de su propio pueblo que buscaba hacerse oír y terminó silenciado, para siempre. Pero no se engañen: esta no es una de esas historias que satanizan a la izquierda para justificar los excesos de la derecha. Es más bien una advertencia: un país pertenece a su pueblo y no al gobierno de turno cuya responsabilidad es escuchar y representar sus voces.

Reporte del clima

El pueblo son los comerciantes a quienes visita puntualmente el cobrador de “vacunas”, son los emprendedores hartos de trabajar a merced de sistemas corruptos, ineficientes y al servicio de quienes ya lo tienen todo, pero quieren más, son las campesinas que trabajan de sol a sol por un sueldo mísero, las madres que dieron a luz en un hospital público y volvieron a casa con un pequeño ataúd, las familias que ven su río contaminado por las petroleras, su tierra violada por las mineras, sacrificadas sus plantas, sus animales, su aire, su agua: las mayores riquezas de toda nación. El pueblo es el que un día dice basta y cuando sale a las calles “estorba”.

Pero aunque sepamos de memoria (histórica) que la violencia solo genera más violencia y que la solución es el diálogo, vivimos una época de exacerbado fanatismo, fanfarronería y deformación radical de la realidad. Los debates presidenciales o declaraciones de nuestros líderes revelan que están más interesados en acusar al otro de todos los males que en solucionarlos con humildad, honestidad y sabiduría. Son demasiados los políticos que hoy satanizan las voces disidentes acusándolas de antipatrióticas. El líder de EE. UU. de cuyo nombre no quiero acordarme declaró que se deberían usar ciertos estados con mayoría demócrata como campos de entrenamiento militar y está dedicado a vengarse de sus enemigos políticos tal como lo vienen haciendo Putin, Kim Jong-un, Orbán, Maduro. ¿Queda claro que la tiranía la ejercen “conservadores” y “comunistas” por igual?

Revelar la guerra

Inspira la historia de Leipzig y su revolución pacífica: 70 mil personas con velas iluminaron la oscuridad de una dictadura. Ese 9 de octubre hubiera terminado en masacre si se ordenaba a la Volkspolizei (“policía del pueblo”) reprimir las protestas. Es quizá el aspecto más conmovedor de ese día: que los humanos con armas no las utilizaran contra sus hermanos. Ya era tarde para la desgastada dictadura de la RDA. Ya para qué más sangre, más cárceles llenas de enemigos políticos, más persecución y manipulación. En el siglo XX cayeron dictaduras de izquierda y derecha, a cuál más destructiva que la otra. Y ahora que nos vemos rodeados de tiranuelos de ambos bandos es bueno recordar que el tiempo no perdona y algún día sus nombres pasarán, en letras rojas, a la memoria histórica. Y así mismo habrá quien tenga el honor de decir: soy hijo de disidentes. (O)