Los romanos antiguos tenían una burocracia muy eficiente. Con su torpe sistema de numeración hacían tablas de mortalidad, llevaban la contabilidad de los costos de las guerras, de la pérdida de legionarios, y de los abastos para los alimentos y las armas. Las legiones eran seguidas por otro imprescindible ejército de servidores, la impedimenta.
Antes del gobierno de Octaviano Augusto hubo algunas guerras civiles: la de Mario contra Sila, la de César contra Pompeyo y luego los pompeyanos, sus hijos; la de Marco Antonio contra Bruto y Casio, los asesinos de César. En estas guerras morían patricios y plebeyos, pero no se podía saber cuántos, para completar los ejércitos con nuevas levas, por lo cual Octavio ordenó un censo en todo el imperio. Todos los hombres debían acudir a censarse en el pueblo de sus antepasados. El del joven carpintero José era Belén, la tierra del rey David, del cual era descendiente.
José era carpintero. El oficio era muy apreciado porque los carpinteros no solo hacían muebles sino también casas. Era pobre porque en aquellos días no había clase media. Se era rico o pobre. José era pobre pero no miserable. Era pleno invierno y hacía mucho frío. Él podía pagar una posada, pero no encontró espacio sino en un pesebre donde encontró un burro y un buey. María, su esposa, era muy joven. Ella, después de alumbrar, tuvo que limpiar al niño, cortar el ombligo y atenderse, sin ayuda. Las niñas judías eran instruidas en estos menesteres por sus madres o las parientes de la familia. Las mujeres se casaban muy jóvenes, matrimonios convenidos por sus padres, y las nupcias muchas veces se celebraban después de la primera regla de la novia. Decían “del tálamo al altar”.
Los judíos eran un pueblo indomable. Habían perecido largas épocas de esclavitud, como cuando fueron presos en Egipto y después en Babilonia. Resistieron por su fe. Fueron el único pueblo monoteísta de la antigüedad. La fe en Jehová los fortalecía. Sus libros sagrados son fuente de sabiduría. Las costumbres están reglamentadas, sus grandes bardos compusieron poemas de insuperable profundidad y belleza, como el Cantar de los Cantares. Para quienes somos cristianos, el nacimiento de Jesús es un misterio. ¿Por qué quiso encarnarse en un pueblo levantisco y rebelde, tan tradicionalista e incomprendido? No lo sabemos y es parte del misterio.
Los evangelios sinópticos revelan una especie de lucha soterrada entre fariseos y saduceos. Los primeros eran formalistas, los segundos más políticos y se cuidaban de no enemistarse con el César de Roma, la potencia dominante contra la cual luchaban. ¿Era la real política? Es probable, pero Jesús no cayó en las trampas de sus enemigos. Era rey, pero su reino no es de este mundo.
Le he ofrecido, lector, una visión de la historia para que se recuerde mejor la sociedad donde vivió ese niño pobre, cuyo nacimiento es un pretexto para celebraciones, comilonas y borracheras.
Vivimos uno de los tiempos más difíciles de nuestra historia, como si estuviéramos dentro de una tempestad. Esperanzar es tener esperanza. Porque si nos esforzamos, todos juntos venceremos. (O)










