Una de las pocas contribuciones positivas de las redes sociales es la capacidad de difusión que permite el inmediato conocimiento de noticias por más dolorosas que sean, como fue la acontecida el 12 de septiembre pasado, cuando el mundo rural costeño se enteró de la muerte del religioso guayaquileño Juan Carlos Bravo Gonzaga, formidable sacerdote entregado a una labor pastoral que tuvo como núcleo irradiante las fértiles campiñas del novel cantón Simón Bolívar en la provincia del Guayas, misión que no solo se circunscribía a la proclamación vibrante de la palabra de Dios, sino también a la promoción y desarrollo campesino con permanente preocupación por su bienestar, con el aporte de los programas especiales del Ministerio de Agricultura, cuyos técnicos se constituyeron, en los años 70 y 80 del siglo pasado, en medios idóneos de su misión evangélica, modelando una original simbiosis que facilitaba la obtención de los objetivos ministeriales, pues mientras se abría la conciencia del agricultor a la adopción de nuevas tecnologías, aprovechaba para sembrar en las almas montuvias la vivificante doctrina cristiana.

De ese extraordinario sincretismo, digno de frecuente y actual emulación, nació la idea de la fundación de un complejo educativo, escuela y colegio, que dio paso a una histórica entidad formativa que lleva el nombre de un patriarca de la zona, Arsenio López, que ha perdurado por más de medio siglo hasta convertirse en un centro regional de enseñanza con carácter fiscomisional, donde se han forjado cientos de jóvenes y adultos, hombres y mujeres, convertidos hoy en profesionales de bien en todas las ramas del saber, esmerándose para que luego sean reclutados por el Estado y la empresa privada, algunos retornando a su pueblo natal y convertirse en conductores de aspiraciones políticas que se cristalizaron como alcaldes, concejales, gerentes empresariales, maestros y sacerdotes, que han dado lumbre a su terruño, siempre altivos y orgullosos de su procedencia.

La tarea de monseñor Bravo, llamado así por la distinción otorgada por Su Santidad por sus sacrificios pastorales y trabajos comunitarios en el agro, conocidos no solo en la provincia del Guayas, sino en otras jurisdicciones como Manabí y El Oro, hasta donde llegaban sus raíces familiares, alcanzando la simpatía y reconocimientos de presidentes de la república de la talla moral de José María Velasco Ibarra y Guillermo Rodríguez Lara y de muchos de sus ministros y colaboradores a los que llegó su contagiosa influencia redentora. Su sentido óbito a los 87 años, se produce luego que la lenta justicia lograra su liberación de un extraño y aún impune cautiverio de tres años, con deterioro de su salud que no pudo recuperar. Pero su obra salvadora será continuada, como fue su voluntad, por la Congregación de Sacerdotes Oblatos, que eternizará la monumental creación del “monseñor de los campesinos” como reverentemente se lo conocía. Sus tumultuosas exequias, llenas de aflicción colectiva, presididas por la cúpula sectorial de la Iglesia, mostraron a un acongojado pueblo conmovido por la partida sempiterna de su conductor y líder espiritual. (O)