El mundo científico y las actividades productivas están de plácemes al haberse otorgado el Premio Nobel de Economía a tres investigadores que han elevado al nivel de consagración a la innovación como el gran motor de crecimiento, concepto aplicable a todas las disciplinas, incluyendo al amplio y maravilloso sector agropecuario y forestal, de limitada influencia innovadora. La Real Academia de las Ciencias de Suecia, por delegación de su Banco Central, dividió el monto económico del galardón, equivalente a más de un millón de dólares, en dos partes: el 50 % para el doctor Joel Mokyr, de la Universidad Northwestern de EE. UU. “por haber identificado los prerrequisitos para el crecimiento sostenido a través del progreso tecnológico”; y el otro 50 %, que se distribuirá entre los investigadores Philipe Aghion, francés, y el canadiense Peter Howitt, por sus aportes al principio de destrucción creativa, que ambos han difundido, complementando las ideas de su colega Mokyr.
La destrucción creativa es un proceso en que la innovación desmantela estructuras productivas caducas para dar paso a nuevas, más eficientes, con mejores resultados para las empresas que se apuntan a ellas y que además propenden al bienestar colectivo, estando en contra de los traumas comerciales, como la imposición arbitraria de aranceles y el fomento de desquiciantes oligopolios. La teoría se ejemplifica con el uso de teléfonos, primero fueron los convencionales, que dieron paso a los celulares y toda una gama de artefactos inteligentes, de juegos electrónicos, en un flujo constante de nuevos descubrimientos que tienen que asumir los empresarios y los estados so pena de desaparecer. En resumen, como expresa uno de los homenajeados, “el crecimiento económico sostenido se produce cuando las nuevas tecnologías reemplazan a las antiguas, como parte del proceso conocido como destrucción creativa”.
En nuestro pequeño mundo agrícola, pero la base económica y social nacional, este importante elemento ha sido delegado casi exclusivamente al sector público con sus débiles entidades de investigación con insuficientes recursos y a las universidades, o mejor dicho a la academia, con los mismos padecimientos, no existiendo aportes privados significativos, pero se identifican valiosos como el Cincae en la caña de azúcar, las flores de corte en la rica serranía, en tanto que en sus productos primarios emblemáticos, como banano, café, cacao y otros, la ayuda particular es casi nula, aun cuando en los últimos años se percibe un despertar en los pequeños productores bananeros que han planteado gravarse con una pequeña alícuota para constituir un fideicomiso que asuma la responsabilidad de la inexistente innovación hacia mejores, más productivas y resistentes variedades que se requieren con urgencia.
Se impone un golpe de timón aplicando el principio de destrucción de los viejos conceptos de mejoramiento genético y dar cabida a modernas técnicas de superación de anquilosados que incorporen concepciones de sustentabilidad de orden climático que salven magnitudes peligrosas como el calentamiento global, dañino a la salud de las plantas cultivadas y a las personas. (O)