A propósito de la Navidad. Cuenta la historia que José, a punto de casarse con María, descubrió que ella estaba embarazada. Pero también el evangelio destaca la actitud de José, quien en una primera instancia piensa en abandonar a la joven con su hijo. Posteriormente asume la paternidad y decide acoger y acompañar el proceso de criar a un hijo que sabe no es suyo.
Así, José abraza, ama y respeta a María y a su hijo y construye con ella un hogar en el que Jesús se forma. José es la representación de la paternidad, el cuidado protector y la prudencia. Es la figura que deberíamos ser todos los que tenemos la suerte de actuar con niños, niñas y adolescentes.
Al igual que José, cada padre y madre enfrentan el hecho de que los hijos son seres maravillosos que crecen, avanzan en la vida y nos dejan para ir tras su destino. En realidad, llegamos a la conclusión de que los hijos son solo bendiciones prestadas, se van de la casa.
Si bien los hijos no nos pertenecen, está claro que padre y madre son los cimientos sobre los cuales los hijos levantan sus sueños y se sostienen frente a los avatares de la vida. No obstante, como lo acuñó Sonia Montecinos, antropóloga chilena, en América Latina hay ausencia de la figura paterna. Es decir, somos huachos (solos) despojados de una presencia responsable que construya seres humanos más felices. En algunos lugares de nuestra Sierra se dice “waychos (waichito)” el solo, el huérfano. Porque incluso aunque son reconocidos por sus apellidos, parecen estar abandonados en la realidad y en el peor de los casos son sujetos de violencia.
En estos días, en las calles se observa a niños, niñas y adolescentes vendiendo cualquier cosa y en algunos casos pidiendo dádivas, mientras a su alrededor aparecen adultos que los vigilan y lucran de ellos, esos cuerpos y alma frágiles merecen mejor destino.
Esos padres olvidan su rol de protección. La mendicidad y el trabajo infantil forzado son caras de la indolencia con la que los adultos (padres y cuidadores) tratan a las generaciones. ¿Qué hace un pequeño de 5 años a las ocho de la noche, pidiendo que le compren habas? Escenas como estas son la muestra del fracaso de las familias, las instituciones y los que dirigen el Estado en sus diferentes territorios.
Lastimosamente, se observa el gasto innecesario en rubros que bien pudieran servir para brindar apoyo a las familias y evitar ver a los más pequeños mendigar. Quizá será mejor donar los pocos o muchos dólares para hacer bien social, en lugar de realizar cenas superfluas en las que se fuerzan gestos amistosos que no existen.
Seguramente, José, observando cómo actúan los padres actuales, sentiría enorme tristeza de la falta de humanidad y del abandono en el que se encuentran los pequeños niños, ya nacidos y arrojados a los peligros del mundo.
Si bien hay diversos tipos de abandono y el más cruel es la mendicidad, no obstante, también es dejarlos a expensas de las redes sociales y la televisión. Abandonar a los hijos es desentenderse de lo que les sucede y lo que hacen. Pero es posible rectificar e inspirados en la figura de José acoger a nuestros hijos y a aquellos niños que aún sin ser de nuestra sangre merecen tener la esperanza de días mejores. (O)








