Durante el siglo XIV, el continente europeo no enfrentó una sola crisis, sino varias de manera simultánea: pandemias, hambrunas, guerras y el colapso de instituciones.
El problema no residía en la magnitud del desastre, sino en algo más profundo: la incapacidad de comprender lo que estaba ocurriendo.
La incertidumbre dejó de ser una excepción para convertirse en la norma, expandiéndose más allá de las fronteras.
Al final, surgió un mundo distinto que marcaría el camino hacia la modernidad.
Hoy, el escenario no es tan distinto a ese.
No enfrentamos un problema aislado, sino una acumulación de tensiones que erosionan la confianza en la capacidad de las instituciones para ofrecer respuestas claras y duraderas –guerras, crisis climática, brechas tecnológicas, inflación–.
El orden mundial surgido tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) se desvanece.
No era perfecto, pero establecía reglas básicas destinadas a evitar una catástrofe similar a las dos guerras mundiales de la primera mitad del siglo XX (la primera de 1914 a 1919), que dejaron cientos de millones de personas muertas y una destrucción que tomó décadas el poderse superar.
El uso y la amenaza del uso de la fuerza, por encima de las restricciones legales acordadas por los mismos Estados que hoy las vulneran, generan un estado de incertidumbre que no es solo político o económico, sino también psicológico.
El ser humano, que busca certidumbre, se encuentra desconcertado, y ese desconcierto puede provocar reacciones emocionales de todo tipo, incluso aquellas que derivan en violencia.
El profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard Ranjay Gulati sostiene que hoy más que nunca los líderes deben enfrentar la incertidumbre con valentía.
El liderazgo –estatal, empresarial, académico, mediático y social– atraviesa una etapa en la que las decisiones ya no se toman sobre la base del “riesgo”, sino en un entorno dominado por la incertidumbre generada por factores exógenos y la imposición de intereses ajenos.
El riesgo, según el economista Frank Knight, implica analizar la distribución de posibles resultados y asignar probabilidades a cada escenario.
Se asume un riesgo cuando las probabilidades de éxito superan a las de fracaso.
La incertidumbre introduce un elemento adicional: el miedo.
La incertidumbre supone no saber –ni poder justificar plenamente– las decisiones; es navegar en un mar embravecido y sin brújula.
En muchos ámbitos, la respuesta natural es la parálisis.
Hoy se ponen a prueba las cualidades de los líderes del mundo.
Deberán tomar decisiones en un entorno adverso, con probabilidades de fracaso, pero indispensables para el funcionamiento del tejido social.
La seguridad, la salud, la producción y la educación de los países no pueden esperar. Es tiempo de liderazgos valientes. (O)









