¿Por qué será que, en el ámbito de la literatura, la llamada novela negra, o policiaca, o de detectives sigue escribiéndose y sigue siendo leída por numerosos lectores? Y, acaso más extendidamente, el mismo fenómeno ocurre en el cine con las películas denominadas thrillers, o de suspenso, o de misterio. La proliferación de documentales sobre casos sonados de asesinatos y violaciones, desapariciones forzadas, matrimonios siniestros, cacerías implacables y estafas monumentales –con la aclaración de que están basados en hechos reales– da cuenta de un afán de enviar alertas sobre el lado oscuro de los humanos.
No hay emisión de noticias radiales y televisivas que no cubra prioritariamente sucesos de la violencia social; de hecho, la cuestión de la seguridad se ha convertido en un tópico de los políticos, los responsables de gobierno y el público en general. Todos los derivados del peligro, el miedo y la angustia están presentes en nuestras acciones diarias. El filósofo belga y teórico del derecho Laurent de Sutter, en el libro Elogio del peligro (Proposiciones, 2) (Barcelona, Herder, 2024), se propone explicar, a partir de entender el peligro también como una experiencia estética, ese estado en que nos sentimos permanentemente amenazados.
Porque, bien mirado, según De Sutter, el peligro –ese mismo que nos sobresalta en una sala de cine– es una sensación que se impregna en nuestra mente, es una impresión que arraiga en nuestro cuerpo; el peligro, pues, se ha convertido en una forma cultural. Lo inesperado y lo desconocido son elementos del peligro, en el que un exterior oculto y no deseado siempre acecha la calma y la normalidad de nuestras vidas: “Los escaparates, las luces de los clubes nocturnos y los interiores burgueses protegidos por rejas o cortinas solo existen porque en otra parte, en los bajos fondos, actúa un mundo turbio y violento que conforma la verdad reprimida”.
Así, vivir es reconocer que existe una sombra escondida que amenaza en cualquier esquina, al amparo de la oscuridad o lo invisible. Vivimos en medio del peligro, sorteándolo, porque el mundo está dividido: la normalidad de la vida cotidiana esconde una anormalidad que define a la primera: “El peligro es la experiencia de lo anormal”, dice el filósofo, para explicar la estrecha relación que se produce entre orden y peligro: “Es gracias al peligro que nos damos cuenta de que el orden es orden”. Estar en peligro es como estar bajo el dominio de un amo que incluso tiene el poder de destruir todo lo que quiera.
Como “el orden es lo que da lugar al peligro que lo amenaza, el peligro es una cuestión de derecho”. Por esto, estar en el mundo contemporáneo –habitándolo y conviviendo con otros– es reconocer y prevenir los riesgos que ese mundo nos trae entre bastidores y responder apropiadamente con normas y leyes ante esos peligros. “Rodeada del aura del peligro, la vida parecía tener más sabor, o más bien un sabor más fuerte, con más cuerpo, en la que cada sabor podía captarse por sí mismo, en lugar de fundirse en un caldo tan soso como saludable”. Ante una faceta catastrófica de la vida, es preciso aprender a reconocer el peligro. (O)