Pienso, luego existo. Hablo, luego existo. Me rebelo, luego existo. Consumo, luego existo. Existir posibilita ser lo que elegimos, aunque nos ronde siempre la cuestión del ser o no ser.

Entre el capitalismo extremo que indaga todo para ofrecernos un mundo feliz, y el lado narcisista del sujeto que desea visibilidad como sea, surge la satisfacción de saberse mirado. Porque si no te ven, no existes, y en el mundo online ser popular es un requisito. Basta ver a youtubers, influencers, medios digitales o políticos desesperados por lograr el mayor número de likes, calculando su rendimiento. El cuerpo es oprimido por la técnica y la palabra, vaciada en emoticones. Un fascismo voluntario, observaría G. Lipovetsky; una sociedad del cansancio advertiría B.C. Han.

Un desafío urgente

Para Lipovetsky se trata de una felicidad paradójica. Por un lado, no se descartan los ideales del amor, la verdad, la justicia y el altruismo. Por el otro, aparece “el homo consumericus de tercer tipo”, turbo consumidor, desatado, móvil, gustos impensables, pura energía, hedonista, que demanda armonía, plenitud, espiritualidad, felicidad interior: “asistimos a la expansión del mercado del alma y su transformación”.

Hoy casi nada escapa al reformateo turbo consumista, ni siquiera la religión: “Mientras las ideas de placer y deseo se desvinculan del pecado, la necesidad de cargar con la propia cruz ha desaparecido”, considera Lipovetsky. Empero anota que, agotada la sociedad del hiperconsumo, surgirá un nuevo horizonte vital con su jerarquía de bienes y valores, que planteará otros dilemas.

Desplazarse para vivir

La intrusión tecnológica del mundo online y su matriz radical –donde uno es quien manda y decide eliminar o bloquear al otro– desplaza el rol político ciudadano a la búsqueda de un refugio para escapar de sí mismo y del caos exterior. Alguna vez escuché a M. Bassols decir que estamos ante el imperio del just do it (solo hazlo). Pero ¿qué es el it?, se preguntaba.

El mundo online, agrega Z. Bauman, nos engaña con el relato de que los likes y comentarios personales aportarán al modelo de una democracia universal, ya que es en el mundo offline donde se gestan los proyectos colectivos y se refuerzan los pocos vínculos sociales a los que nos resistimos por sus contradicciones. Y este no ha desaparecido aún.

Presencia y ausencia paterna

A nivel global, J. N. Harari describe cómo la IA impactará las estructuras del poder con redes de información centralizadas, dotadas de mayor eficiencia. Sin embargo, errores del proceso podrían generar daños irreversibles: “Si soy un dictador humano, debería estar aterrorizado por la IA porque traeré al palacio a un subordinado que será mucho más poderoso que yo y al que no tengo ninguna posibilidad de controlar”.

Si ya varias plataformas piensan por nosotros (“esto te encantará”), el asunto es más peligroso con las grandes potencias porque al otorgar a la IA la capacidad de decidir a quién vigilar, disparar o qué bombardear, ¿se controla la guerra o es la IA la que te controla? Lo más preocupante son aquellos que controlan tales sistemas: “Los burócratas”, señala Harari.

P.D. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. (O)