Mantengo la esperanza de días mejores para la ONU. Deseo que estas líneas no solo sirvan para reiterar su grave decadencia. La nueva generación denominada “Alfa” quizás desconocen la existencia del organismo multilateral y lo que es peor, los de la generación “Z” seguramente han olvidado los acontecimientos ocurridos hace ochenta años.

Recordaré entonces que la ONU tuvo su origen porque la humanidad había sufrido dos conflagraciones consecutivas en la primera mitad del siglo XX, a las que se denominaron Guerras Mundiales. Sin embargo, faltaba la destrucción de Hiroshima y de Nagasaki, para dar inicio a la “Era Atómica”.

La carta constitutiva de las Naciones Unidas se firmó en el 26 de junio de 1945 y entró en vigencia dicho Tratado el 24 de octubre del mismo año. Sus primeras palabras fueron “Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas” en la noble resolución de su preámbulo. El capítulo primero trata de los propósitos y de los principios.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos se firmó el 8 de diciembre de 1948 y fue adoptada dos días después, por eso se celebra y se conmemora el 10 de diciembre de cada año. Fue redactada en conjunto por extraordinarios filósofos y literatos como Benedetto Croce y Rabindranath Tagore, gracias al esfuerzo de una mujer ejemplar, Eleonor Roosevelt, viuda del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt.

Tengo para mí que la ONU llegó a su auge durante la década de los años 60, dando paso al “Tercer Mundo”, con el proceso de la descolonización, así como también con la aprobación de los Pactos Internacionales de Derechos Civiles y Políticos, con su Protocolo adicional facultativo y luego el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Todo lo anterior debemos defender por siempre como un legado irrenunciable e inalienable para Oriente y Occidente, para ser victoriosos en la batalla actual del nuevo orden mundial de justicia y de dignidad.

No son buenos aliados ni el escepticismo permisivo, ni el relativismo moral para los pueblos soberanos, peor aún cuando se trata de vender sus recursos naturales, su equilibrio ecológico o su propia gente para atraer inversiones.

Han transcurrido ocho décadas de la ONU, que como toda obra humana requiere de un balance entre sus logros y sus fracasos, lo cual no es posible en este breve espacio. Por otro lado, somos testigos de nuevos flagelos de carácter planetario, así como las debilidades del multilateralismo, tales como las conferencias y discursos interminables, resoluciones que no se cumplen, ni se respetan y la abultada burocracia internacional, de toda la familia de la ONU. Vivimos una era cuya característica diplomática es el cinismo de los hechos consumados.

Soy optimista por naturaleza, aprendí de mis mayores a estar siempre de pie, del lado correcto de la historia, esto es junto a los que sufren y no con sus verdugos, porque al decir de Jean-Paul Sartre “no somos culpables de la historia, porque no la hemos iniciado, pero tampoco somos libres de ella, porque la historia aún no termina”. (O)