La noche del jueves pasado las redes sociales inundaron el país transmitiendo la dolorosa noticia del fallecimiento del ilustre expresidente Rodrigo Borja Cevallos, a quien tuve el honor de acompañar como su ministro de Agricultura, en los dos últimos años de su mandato, tiempo suficiente para ratificar nuestra creencia de que no se necesita ser un técnico o un empresario para demostrar una querencia reflejada en acciones por la agricultura, basta poseer lo que se ha convenido en llamar “alma agrícola”, que ha sido extraña a los últimos primeros magistrados del Ecuador. Como resultan insuficientes las casi 480 palabras asignadas a esta columna, me voy a referir solo a pocos hechos que demuestran ese aserto.

Comienzo señalando que cuando asumió Rodrigo Borja, las bodegas de ENAC y Enprovit estaban exhaustas, instituciones que fortificó en el convencimiento de que eran fundamentales para garantizar el mercadeo fluido, sostener los precios al agricultor y evitar alzas especulativas de granos como arroz, maíz y soya, al consumidor. Tuvo que sortear urgentes y no fáciles importaciones temporales, para luego solucionar superávits de oferta, facilitando la apertura de exportaciones hacia Colombia, aspectos que lideraba el ministerio del ramo, en esa época con plenas facultades, a diferencia de ahora convertido en un mero cascarón al que se le han quitado atribuciones como el manejo del agua de riego, sorprendentemente entregado al Ministerio de Ambiente.

Entendió, como el que más, la importancia de la determinación de precios mínimos de sustentación de algunos bienes agrarios (no de todos) que aún subsisten con resultados favorables. No fue difícil convencerlo de la urgencia de condonar deudas a pequeños agricultores arrasados por inundaciones o sequías, imponiéndose al criterio de otros funcionarios sin la apertura intelectual y social que Rodrigo Borja exhibía a raudales. Siempre respetó a sus colaboradores directos, a quienes atendía sin larga espera, ayudándose de asesores honestos, aunque finalmente primaba la opinión del respectivo ministro. Su trato magnánimo se manifestó cuando tuvo que superar en paz la primera movilización indígena, reconociendo sus derechos especialmente a la titulación de las tierras ancestrales, paso previo a su incorporación al desarrollo.

Fue el gestor y promotor de la ley de autonomía de Iniap, ahora en escombros y desfalleciendo, dotándolo de ingresos y de un fondo semilla, luego irrespetada, abriendo un desastroso periodo de desventuras por la influencia de la mala política. En su periodo se lograron empréstitos para fomentar la transferencia de tecnología que, con la investigación, cerraban un círculo virtuoso de prosperidad agraria, al fin de gestión, fue evidente el crecimiento agrícola.

Privilegiadamente escuchaba sus dotes oratorios, demostrando versatilidad y maestría en temas constitucionales, al responder similares mensajes de sus cultos colegas latinoamericanos como el uruguayo Sanguinetti o el chileno Aylwin, que concluyeron alabando su sabiduría. Ha partido un gran estadista ecuatoriano, cuyo nombre recogerá la historia como ejemplo de pulcritud y patriotismo. (O)