Muchos piensan que la Constitución es un plan de gobierno, antes que una serie de principios adaptables al pluralismo propio de una democracia liberal. Si no se redirige la discusión, es probable que logremos otra constitución efímera. Pero volviendo a los principios, consideremos lo que uno de nuestros padres fundadores, Vicente Rocafuerte, decía en los albores de las nuevas naciones que se estaban formando al sur del río Grande.
Dentro y fuera del Ecuador, Rocafuerte llegó a ser de consulta obligada para quienes jugaron un papel decisivo en la construcción de las naciones iberoamericanas. En mi libro En busca de la libertad: vida y obra de los próceres liberales iberoamericanos (Planeta Colombia, 2025), retrato su pensamiento.
José Antonio Aguilar Rivera destaca que para Rocafuerte “era claro que las instituciones eran la ‘variable independiente’, mientras que la ‘ilustración y la virtud’ eran la ‘dependiente’. Creía, igual que los institucionalistas modernos, que la cultura democrática no era requisito indispensable para que funcionase la estructura de una moderna república. Es necesario decir que esta línea argumentativa, contraria a las modernas tesis culturalistas, también iba en contra de la teoría clásica, en la cual la virtud cívica era el eje ordenador de la república”. La variable independiente eran las instituciones de un sistema de gobierno liberal y federal, mientras que la variable dependiente era la cultura democrática generada por ese sistema.
Rocafuerte, que llegó a ser, según Jaime Rodríguez, “el campeón del federalismo”, creía que este sistema alentaba el desarrollo de la responsabilidad civil en los Gobiernos locales. A Bolívar trató de convencerlo en 1826 de que lo que anteriormente se consideró como un defecto, el federalismo, ahora podría ser precisamente lo que salvara al proyecto de la Gran Colombia. Pero ya era muy tarde: Bolívar había evolucionado hacia las ideas centralistas y autoritarias plasmadas en la Constitución de Bolivia de 1826.
En menos de 15 años desde su fundación, Ecuador ya había tenido tres constituciones, algo que preocupaba a Rocafuerte. En una de sus cartas A la nación explicaba: “La Constitución de un Estado es la expresión de los derechos que están llamados a gozar todos los que se sujetan a ella; mas como no hay derechos sin deberes que les sean correlativos, de allí nacen las relaciones que se establecen entre gobernantes y gobernados, las garantías de los unos con respecto de los otros, la división de poderes, su equilibrio, la responsabilidad de los que mandan, y ese conjunto de principios que encadenados y reducidos a sistema conduce a la prosperidad y gloria de la asociación que los ha adoptado”.
En medio de ese furor de construcción de naciones, advirtió que, “en la América Española, los fundadores de Estados y de sistemas que proclamaron al principio las instituciones liberales, bajo los auspicios de la independencia, han sido después los primeros en destruir su propia obra, que más han trabajado en provecho suyo que en beneficios de los pueblos”.
Ahora que nos lanzamos a otra aventura constituyente, no repitamos el error de plasmar en la constitución un plan de gobierno. Ojalá logremos plasmar principios consecuentes con una democracia liberal. (O)










