Ella se lo imaginaba. En la niñez, en Barranquilla. A veces pensaba en su bisabuela paterna, que emigró desde Líbano a Colombia y que lo había intentado incluso en Nueva York. Esos lugares del mundo le decían algo. Del lado de su madre tiene un apellido y un origen catalán, Ripoll, que alude al lugar en el que muchos años después se asentó por un tiempo y en el que nacieron sus hijos. Cuando tenía 4 años escribió un poema llamado “La rosa de cristal” y pidió que le regalaran por Navidad una máquina de escribir. Tus gafas oscuras fue su primera canción, escrita cuando tenía 8 años. Su padre usaba gafas oscuras para ocultar el dolor por la pérdida de un hijo.
Dicen que era muy niña cuando aquel padre suyo le llevó a un restaurante en el que escuchó, por primera vez, el derbake, ese tradicional tambor de la música árabe que acompaña la danza del vientre. Quizá en ese momento supo algo sobre lo que sería su vida o sobre lo que ella quería que fuera. Por los siguientes años, en la escuela, le dirían ‘la chica del baile del vientre’. Hoy también es conocida como la reina del pop latino. Aunque lo inolvidable es su nombre, Shakira, que significa ‘agradecida’ en árabe.
El Estadio Olímpico Atahualpa de Quito fue inaugurado oficialmente el 25 de noviembre de 1951, en presencia del presidente de la República, Galo Plaza Lasso. La primera vez que su legendaria cancha recibió a Shakira fue el 28 de febrero de 2003, en el Tour de la Mangosta. Caminé al estadio, con mis primos, desde la casa de mis abuelos, en un mundo perdido. Para ese entonces Shakira ya había cautivado a los públicos con sus álbumes iniciáticos. Volvería 23 años después al Atahualpa, ya sin llanto, y lo llenaría tres veces, en tres noches inolvidables.
Cuando García Márquez trató de definir el fenómeno que Shakira constituía usó esta palabra: milagro. La entrevistó a sus 22 años. Con los años ella compuso Hay amores para la adaptación cinematográfica de El amor en los tiempos del cólera. La canción está dotada de una atmósfera caribeña y nostálgica, como un recorrido pretérito por el río Magdalena, quizá como una muerte en Santa Marta, que dura toda la vida. El repertorio colosal de Shakira tiene canciones inolvidables para varias generaciones. Nos ha acompañado alrededor de tres décadas, en la alegría, el amor, el dolor y el resurgir.
Aquella noche, en el Estadio Atahualpa, Shakira demostró que 48 años no son nada. Recién es el inicio. Mencionó que cuando más lo necesitaba, volvió a creer en la niña que fue. La que escribía poemas y entendía que su cuerpo era también un poema que reaccionada al derbake, es decir, a los más antiguos sonidos con los que los habitantes del Oriente Medio celebraban a Dios. Sobre el escenario, precisamente, bailó como una diosa. Nos recordó el viejo rock que la envolvía y desde el que viajó por el pop latino, los ritmos árabes, orientales y caribeños, la electrónica y el reguetón, así como el folclor, que ella lo asume con seriedad y sentido histórico. La vida le ha dado golpes, pero ella se ha levantado siempre y es capaz de recordar que esto que hace hoy es lo que imaginaba desde niña. (O)










