La posición política debe fijarse considerando el grado de libertad que propone una persona o entidad respecto a tres campos: la política, la economía y la vida privada. No me atrevo a señalar cómo se llaman con propiedad aquellos que se encuentran en los extremos de cada una de estas escalas, pero sí se puede decir que quien cree y busca cotas más altas de libertad en estas tres materias debe ser considerado un liberal. Advirtamos que la posición en estos indicadores tiende a variar con cierta correlación. Es decir que quienes creen que hay que restringir la autonomía personal en tal o cual sentido, casi por fuerza tienden a restringirla en los otros aspectos. Por ejemplo, una dictadura controlará que los ciudadanos se enriquezcan, porque si se hace demasiado rico, amenazará el poder del gobierno.
En Latinoamérica hemos visto el surgimiento de algunos gobiernos calificados por la prensa continental como de “derecha”. Básicamente son producto de la reacción social contra ese tsunami de desaciertos que constituyó el llamado “socialismo del siglo XXI”. Pero las diferencias entre ellos son tan grandes como sus semejanzas. El presidente Noboa ha llegado a definirse como socialdemócrata. En sus políticas no ha contradicho sus palabras, ni ha implementado un plan de gobierno liberal. Como todos los países de esa “tendencia”, se ha alineado en política exterior con Trump cuya errática conducción tampoco es un ejemplo de liberalismo. Todavía estamos temprano para ver hacia dónde se disparará Rodrigo Paz en Bolivia, un político de origen demócrata-cristiano, lo que abre fuertes disyuntivas, porque no es lo mismo la democracia cristiana de Konrad Adenauer, que la de Aldo Moro. Bukele es un populista neto, parece no preocuparse mucho de la orientación de su gobierno, siempre y cuando las riendas permanezcan seguras en su mano.
Tenemos a Javier Milei, el libertario que llegó a ser presidente de la República Argentina. Él sí tiene un proyecto liberal y está dispuesto a ejecutarlo. Muy temprano ladeó a los conservadores representados por la vicepresidenta Villarruel. Ahora que tiene ventaja en el Legislativo parece ser el momento. A más de su coherencia ideológica demuestra ser un político hábil, que sabe jugar a la defensiva u ofensiva con destreza. Hay partes importantes de su programa que no han sido implementadas, quiero creer que no ha abdicado de ellas, sino que es parte de un cronograma estratégico.
José Antonio Kast, un recio dirigente chileno, acaba de convertirse en el nuevo presidente de su país. Es un conservador sin ambages, aunque sus ideas económicas se orientan hacia el liberalismo capitalista. Su partido se llama republicano, lo que debería significar que busca la más pura forma de democracia, pero ha manifestado su admiración por la última dictadura chilena. Sus primeras declaraciones han tenido un tono realista, partiendo del hecho de que su victoria se debió al apoyo de otras derechas y a que no cuenta con mayoría en el Congreso. Es evidente que, en una amplia primera fase, privilegiará lo urgente antes de que lo profundo y no avanzará con reformas radicales, sobre todo no según sus particulares puntos de vista conservadores. (O)










