En la película estrenada en el 2000 y basada en una historia real, el Andrea Gail se encontraba en su día 40 de una expedición comercial de pesca cuando tres poderosas tormentas convergieron en el Atlántico Norte con olas de hasta 30 metros de altura y vientos de 80 nudos. Hoy, en Ecuador, el Gobierno de Daniel Noboa enfrenta tres frentes de crisis que, al coincidir en el tiempo, configuran una tormenta política, social y económica de magnitud no menor.
El primer frente es el narcotráfico y la violencia. Ecuador pasó en menos de una década de ser un país de tránsito a convertirse en un hub logístico y financiero del crimen organizado internacional. Este fenómeno no se limita a la violencia en las calles, sino que erosiona los cimientos del Estado corrompiendo instituciones, capturando territorios y penetrando la economía formal a través del lavado de activos. Al declarar un conflicto armado interno, se asumió la lógica de un Estado sitiado. Sin embargo, sostener esta política de seguridad implica destinar recursos extraordinarios y enfrentar los límites de una institucionalidad ya debilitada. A diferencia de otros problemas coyunturales, esta tormenta es estructural y no ofrece soluciones de corto plazo.
El segundo frente proviene de la decisión de eliminar el subsidio al diésel. La medida responde a una racionalidad económica ampliamente reconocida: los subsidios generalizados son fiscalmente insostenibles, fomentan el contrabando y benefician a sectores que no lo necesitan. No obstante el retiro del subsidio activa mecanismos de protesta inmediatos. El paro actual refleja esta tensión, es decir, una reforma económica moderna frente a sectores afectados. El problema de fondo no es solo económico, sino de legitimidad: lograr un consenso mínimo con medidas impopulares pero necesarias.
El tercer frente es la propuesta de un proyecto constituyente para cambiar la Constitución de Montecristi. La iniciativa de Noboa ha recibido resistencia tanto en la Asamblea Nacional como en actores sociales y políticos. Aquí la tormenta no es de orden económico ni de seguridad, sino de gobernabilidad. Sin apoyos políticos sólidos, la constituyente corre el riesgo de convertirse en una batalla adicional que desgaste al Ejecutivo.
El rasgo más crítico de esta coyuntura es su simultaneidad. En política, los gobiernos suelen enfrentar crisis secuenciales que permiten cierta administración del conflicto; pero cuando los frentes se acumulan en paralelo, el margen de maniobra se reduce drásticamente. Noboa, en menos de un año de mandato, enfrenta un escenario de alta incertidumbre que pondrá a prueba su capacidad de resiliencia.
Si logra atravesar esta tormenta, el legado de Noboa estaría en el plano de lo estructural: enfrentar al narcotráfico, desmontar un subsidio históricamente intocable, debilitar al correísmo y abrir un debate sobre la arquitectura institucional del país. Pero la probabilidad de naufragio es tan alta como la de emerger fortalecido. La historia política ha demostrado que no todos los gobernantes sobreviven a una tormenta perfecta, pero quienes lo logran, cambian de manera decisiva el rumbo de los países. (O)