Falta menos de una semana para la Nochebuena y en tiempos difíciles los ecuatorianos viven distintas realidades, pero temores muy similares. El asesinato del futbolista Mario Pineida, la tarde del miércoles pasado, llegó como un sacudón para quienes apresuraban la jornada laboral a fin de acudir a una reunión, hacer alguna compra o ir a sus hogares a descansar.
Y no es que la violencia se esté normalizando o se pase por alto sino que cuando llega a personas reconocidas por sus actividades el impacto se configura más cercano. Se lo observa en la búsqueda de información en medios de comunicación o en la interacción que permiten las redes sociales.
El dolor y el desasosiego de amigos, compañeros, dirigentes o seguidores de Pineida inundaron el espacio virtual.
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Más allá del hecho lamentable que movilizó a Policía Nacional, militares e investigadores, la violencia del ataque pone una vez más en el debate la fragilidad en que los ciudadanos desarrollan sus actividades y la facilidad con la que los delincuentes se trasladan con armas sin que sean detenidos.
El mercado de armas en el país evidentemente está activo. En las páginas de este Diario se han registrado robos de armamento a guardias de seguridad sin que se conozca de su recuperación o procesos en torno a ello.
Es cierto que desde el Gobierno se ha informado también de recuperación y destrucción de armas, pero mientras los ataques violentos sigan conmocionando al Ecuador, estos se traducen en el reproche permanente por una deuda del Estado con la seguridad y las garantías para la vida que constan en la Constitución y acuerdos internacionales.
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Los ecuatorianos se niegan a convivir con la violencia como si hubiera dos realidades en su vida cotidiana. Y sí, la cercanía de la Nochebuena trae un halo de festividad, pero el temor sigue, no importa la época, la ciudad, la urbanización o el barrio, la delincuencia organizada afecta a todos por igual. (O)






















