Hace justo un mes falleció Juan Carlos De Lima, excelente goleador uruguayo que fue artillero absoluto de la Copa Libertadores 1986 jugando para el Deportivo Quito. Dos años después alzó la preciada Copa con Nacional en un equipo modesto, pero que dejaba la sangre en el campo. Uno de esos grupos armados con dos pesos, aunque con gente de una nobleza sin par, a la que el recordado Roberto Fleitas le exprimió lo máximo. Hugo De León, Tony Gómez, la Roca Revelez, el Vasco Ostolaza, Pintos Saldanha, Carlos Soca, Yubert Lemos, Jorge Cardaccio, William Castro, Pinocho Vargas, De Lima, el eficiente arquero Jorge Seré... Tan nobles que el club no tenía un peso, les debía varios meses de sueldo e igual seguían buscando gloria. Se iban a jugar la Intercontinental en Tokio y Nacional recibió un adelanto de los organizadores, con eso le alcanzó para darles 1.500 dólares a cada uno antes de viajar. ¿Qué hicieron…? Les dejaron 1.000 a sus esposas en Montevideo para mantenerse y se llevaron 500 para comprar algunos regalos… para sus esposas e hijos. Esos valores se cobraban. Y fueron y le ganaron la pulseada al PSV Eindhoven de Holanda, que tenía trece internacionales en su plantel, entre ellos, un joven Romario, Wim Kieft, Ronald Koeman, el arquero Van Breukelen, los daneses Soren Lerby y Jan Heintze, el belga Eric Gerets… Nacional perdía 2-1, lo empató Ostolaza de cabeza al minuto 120, bien a la uruguaya, y luego lo ganó por penales. De Lima metió el suyo.
Compartimos aquella aventura de Nacional en Japón como enviados de El Gráfico. De Lima, un muchacho buenísimo, callado, respetuoso. Diez años después de aquella hazaña, lo fichó Peñarol y le tocó un momento feliz de los mirasoles, que ganaron varios partidos por cuatro goles. Ahí le pusieron uno de los apodos más graciosos que el fútbol recuerde, la Mucama, porque siempre hacía el cuarto…

América Latina es una usina generadora de apodos, muchos muy simpáticos, surgidos de la creatividad periodística y especialmente del ingenio popular. Sabrosos, con extraordinario poder de síntesis y muy descriptivos. Es el caso de Ángel Di María. Al momento de su debut en Rosario Central, con 17 años, era tan finito que lo llamaron Fideo. Era eso, un tallarín.
En los 60 y 70, cuando estaban de moda las máquinas de tejer Wanora, había un zurdo en Talleres de Córdoba de increíble dominio de balón. Decían que bordaba y tejía con la pelota. La tribuna lo inmortalizó como la Wanora Romero.
No son los únicos de género femenino. Hubo cantidades, como la Pepona Reinaldi, la Chocha Casares, la Vieja Reinoso, la Tota Rodríguez, la Garza Guzmán, la Porota Barberón… Naturalmente, estamos hablando de motes que van más allá del Tito, Pepe o Cacho, sobrenombres tan usuales que no generan mayor atención ni despiertan la menor hilaridad. Había un arquero muy conocido, de Ferro y Platense, que también jugó en Millonarios, con gran físico, bien varonil, pero el rostro blanco y sus rubios cabellos lacios tenían un dejo femenino: Fabián Cancelarich. Cuando estaba en las inferiores de Ferro, sus compañeros de la pensión, terribles verdugos, lo bautizaron Teresa. Platense tuvo durante catorce años un arquero muy querido en el club, de físico robusto, pero ágil y muy arrojado, Juan Carlos Topini, la Chancha Voladora.
Hay otros tantos muy bonitos, con los que uno se apega por gracia. Lulú Sanabria, puntero de Huracán que sucedió a Houseman. Tenía una forma de correr que parecía una bailarina. Vitamina Sánchez, Mostaza Merlo, Pastelito Díaz (paraguayo); la Bruja Verón, el Bicho Flotta, Madera Outes, Cucurucho Santamaría, el Ropero Díaz (porque era cuadrado y grandote), Cucaracha Sánchez, un puntero tucumano bajito y escurridizo que jugaba en Racing. El Yacaré Báez; la Oveja Telch, el Lobo Fischer, el Perro Castronovo (goleador de una Copa Libertadores), el Ratón Ayala, el Gato Andrada (a quien Pelé le marcó el gol número 1.000), el Víbora Brítez, el Laucha Ríos, el Rata Rattin, legendario capitán de Boca. La Rana Valencia, el Caballo Killer (ambos campeones mundiales con Argentina en 1978), la Araña Amuchástegui (luego surgió un wing parecido a él y le pusieron la Arañita Villagra), el Polilla Da Silva y su hermano el Polillita, Mosquito Fernández, el Hormiga Alzamendi, el Galgo Dezzotti, la Urraca González, de Lanús…

En Paraguay el Zorro Bareiro, el Mono Tavarelli, en Chile el Sapo Livingstone, en Venezuela el Pulpo Colmenares, en Perú la Culebra Carrillo, en Colombia el Pájaro Juárez… De estos hay mil. El famoso Cotorra Míguez, centrodelantero de Uruguay la tarde del Maracanazo… Los uruguayos tienen algunos buenísimos. Uno de ellos, Manteca Martínez, fantástico delantero de Boca. Pocos recuerdan su nombre, es Manteca para todo el mundo. Dos grandes futbolistas, ambos de Nacional y muy delgaditos merecieron apelativos magníficos: José Miseria García y Héctor Ciengramos Rodríguez. Tenían de compañero al recordado volante derecho del Maracanazo, a Julio Pérez, Pata Loca. También hay para aquellos excedidos de peso: la Chancha Rinaldi, la Gorda Rodríguez, el Panza Videla…
En Brasil uno magnífico, sencillo, pero con la gracia serena de los brasileños. Hasta fines de 1998 jugó en Vasco de Gama João Cristiano de Araújo, un lateral derecho rapidito, chiquito y negro. Actuaba con el gracioso seudónimo de Cafezinho. En 1997, antes de llegar a Vasco, tuvo una pelea feroz, a patada limpia, con Romario en un partido entre Flamengo y Madureira.
Peñarol hizo un gran esfuerzo económico en 2013 y fichó al puntero de Liverpool Carlos Núñez, que mostraba grandes condiciones, pero al que acusaban de no rendir por salir mucho de noche. No hacía goles y lo veían seguido en los locales bailables. Le pusieron Discoteca. Genial. Todo el mundo lo llama así. Su hermano Facundo, que también jugaba en Liverpool, no se salvó: Matiné Núñez, le dicen. No obstante, el que compite por el titulo mundial de los apodos es el atacante colombiano Efmamjjasond González. Sus padres le pusieron de nombre las iniciales de los doce meses del año, una locura importante. Efmamjjasond es impronunciable. El ambiente del fútbol, implacable y ocurrente, lo rebautizó como Almanaque González.

En el gremio de los rompepiernas hubo un paraguayo famoso que jugó añares en Bolivia para The Strongest e incluso para la selección boliviana: Eligio Martínez, feroz coleccionista de tibias y peronés. Hasta los relatores radiales lo nombraban como Cariñosito Martínez. En Ecuador jugó muchos un zaguero rocoso, Freddy Nazareno. Una vez le voló dos dientes de un codazo al delantero argentino Daniel Vega y lo sentenciaron el Odontólogo Nazareno. Atendió a varios.
Hasta fines de los 90 ofició como utilero de Racing un sujeto de avería a quien habían dado por muerto. Lo levantaron de la calle una madrugada, después de una refriega, con tres tiros en el abdomen. Pasó la noche entera en la morgue todo tapado con una sábana blanca. Por la mañana, el forense comenzó su rutina justamente con él. Cuando fue a abrirle el pecho para practicarle la autopsia se percató de que aún le latía débilmente el corazón. ¡Estaba vivo…! El que casi murió de la sorpresa fue el galeno. El episodio le dio fama entre el malevaje y se convirtió en guardaespaldas del presidente de Racing. Luego, en utilero. Como era gigantesco de físico y muy morocho de piel, cada vez que se te acercaba era como un eclipse, desaparecía el sol. Lo llamaron Sombra. Nadie sabía su nombre, era Sombra nomás. (O)
















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