Hace más de un siglo, nació una mujer que desafió al poder y cambió el rumbo del Ecuador. Su nombre: Tránsito Amaguaña, símbolo de resistencia, justicia y dignidad. Más que una lideresa indígena, fue una voz que se alzó cuando el silencio era ley y la desigualdad se consideraba destino.

Desde niña conoció la dureza del campo y la injusticia de los hacendados. Pero no se conformó. Aprendió que la dignidad no se mendiga: se defiende. Marchó kilómetros bajo el sol, cruzó pueblos enteros y habló con firmeza en los espacios donde las mujeres –y menos aún las indígenas– no eran escuchadas. Su mensaje era claro: educación, igualdad y respeto para los pueblos originarios.

En tiempos en los que levantar la voz significaba arriesgar la libertad o la vida, Tránsito Amaguaña enfrentó persecuciones, prisiones y desprecios. Pero nunca se rindió. Convertía cada golpe en impulso, cada agravio en fuerza. Su espíritu indomable la llevó a ser una de las precursoras de los derechos sociales y del reconocimiento de los pueblos indígenas en el Ecuador. Gracias a mujeres como ella, el país empezó a mirar de frente su diversidad, su raíz y su historia. Su legado no se reduce a los libros; vive en cada comunidad que hoy educa a sus hijos en libertad, en cada mujer que alza la voz, en cada marcha que exige justicia.

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Hoy, desde esta tribuna del pensamiento y la justicia, rindo homenaje a Tránsito Amaguaña, mujer valiente, decidida y tenaz, que jamás declinó en la lucha por los derechos de su pueblo y de sus congéneres. Su nombre no pertenece al pasado: es presente y destino.

Porque mientras haya una mujer que resista, el espíritu de Tránsito Amaguaña seguirá caminando entre nosotros, recordándonos que la verdadera fuerza no se impone: se siembra. (O)

Elio Roberto Ortega Icaza, mediador y abogado criminalista, El Coca