“Trump no descarta una guerra contra Venezuela”, “ Presidentes de Brasil y México ofrecen mediación para evitar una guerra”, titulares como estos ponen en evidencia el clima de incertidumbre y temor que se vive en nuestro continente. La democracia está en riesgo y, como consecuencia, también la paz.

Varios países participan en acciones internacionales que buscan restaurar el régimen democrático en Venezuela, entre ellos, el nuestro. En la Asamblea se ha planteado el tema, pero, lamentablemente, antes de que se discuta la resolución presentada, el desacuerdo manifestado por dos legisladores, uno de Revolución Ciudadana y otro de Acción Democrática Nacional se hizo evidente, al extremo de retarse a golpes antes de que el pleno discuta la resolución planteada, pero se evitó por la intervención de otros legisladores.

Es vergonzoso que los temas importantes se discutan bajo el riesgo de la fuerza y se omita el diálogo, esto es, la comunicación con palabras entre dos o más personas que hablan para llegar a un entendimiento. Es más que un intercambio de ideas, no es una conversación, es una herramienta para lograr la paz, como lo han planteado líderes que evitan la guerra. Más aún, es manifestar la condición humana, lo que nos diferencia de los otros seres, lo que hace evidente la razón que nos identifica.

Hoy, vemos que el golpe, las balas, las pandillas, se convierten en formas de expresión de los jóvenes y los no tan jóvenes. Un periodista que hacía un reportaje sobre el tratamiento para lograr la rehabilitación de los drogadictos, entrevistó a algunos, entre ellos un chico de 14 años, le preguntó qué iba a hacer cuando estuviera rehabilitado y le respondió que estaba preparado para ser sicario.

Como sociedad civil, tenemos una responsabilidad, la educación, que no sólo es institucional, todos somos educadores los unos de los otros, porque el testimonio, el ejemplo, tienen fuerte influencia en la conducta de niños y jóvenes. Se oye mucho criticar el comportamiento de los adolescentes, pero no nos preguntamos cómo han sido formados y, parte importante de su formación es prepararlos para el ejercicio de la ciudadanía.

Un buen ciudadano, se preocupa de su entorno, se interesa en conocer las leyes y reglamentos de su país, aprende a actuar con responsabilidad, asume el ejercicio de sus derechos, levanta la voz para defenderlos y, cumple con sus deberes. Pero una sociedad de verdaderos ciudadanos requiere personas con capacidad de trabajo común y comunicación clara y eficiente. El diálogo, que practicamos poco, se vuelve entonces indispensable y requiere riqueza en el lenguaje. Es la importancia de la palabra. (O)