Yo aprendí algunas palabras de la jerga arrabalera oyendo tangos y leyendo en la revista El Gráfico aquella encantadora sección de la última página que se llamaba Diario del Comeúñas, una serie de anécdotas deportivas de una infantil pandilla pelotera escritas por Ricardo Lorenzo (Borocotó), uruguayo, un periodista autodidacta genial que en las páginas de la revista hizo de la crónica deportiva una forma de literatura junto con otro grande: Félix Daniel Frascara.
Años más tarde leí un libro imperdible que compré una tarde en una librería de Buenos Aires y que, a más de una obra literario-deportiva admirable, era una biblia del lunfardo: Siento ruido de pelota, de Diego Lucero (Luis Alfredo Sciutto), también uruguayo. ¿Y qué es eso de lunfardo?, preguntarán los que nunca oyeron un tango.
Voy a contárselos. Un bonaerense entendido lo explica así: “El lunfardo es una jerga porteña, formada a fines del siglo XIX y hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. Igual que el tango, nace en el ambiente marginal de los barrios pobres, debido a la convivencia forzada entre el gran caudal de inmigrantes y la población local. La estructura del lunfardo se nutre del reemplazo de sustantivos, verbos, adjetivos e interjecciones castellanas por otros términos, cuyo significado sería modificado, provenientes de la germania, del caló, del italiano y sus dialectos, del francés, del portugués, del inglés, de las lenguas indígenas e incluso de palabras hispánicas a las cuales se atribuyó un sentido que nada tiene que ver con el original”.
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Una de esas palabras del lunfardo que más aparecen en el habla cotidiana argentina es “gil” y significa tonto, ingenuo, estúpido. Uno de los tangos más populares en el planeta es Cambalache, compuesto, letra y música, por Enrique Santos Discépolo, en 1934. Es una sátira sociopolítica que cuando la escuchamos parece que la acabaran de componer y sirve para cualquier sociedad de anteayer, ayer, de hoy y del futuro.
“El que no afana es un gil”, dice en una de sus partes y significa que aquel que no engaña, no roba, no usa la mentira para llevarse lo ajeno a costa de los bobos, desaprovecha la oportunidad de su vida.
Volvamos del tango al fútbol. El martes 10 de junio, en Lima, Perú, la selección ecuatoriana cumplió uno de los peores partidos que le hayamos visto en el siglo XXI. La decepción de los aficionados fue casi total, pues hay que descontar a los que se contentan con cualquier cosa y a la tropa periodística aplaudidora que está a la espera de los “favores logísticos” que no son otra cosa que una palmadita en la espalda, una invitación al Mundial y alguna otra cosita que ya sabemos qué es.
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La mayoría de los televidentes, apenas terminó el encuentro, cambió de canal para no martirizarse con el adulo baboso de los de siempre.
La sorpresa vino luego de la pobre muestra de la Selección en la que fallaron hasta los jugadores más publicitados. “Es el mejor partido que Ecuador ha jugado como visitante”, dijo el técnico argentino, y agregó: “Hay que celebrarlo y disfrutarlo. Todo el Ecuador debe estar festejando la entrega de estos futbolistas, que muestran un fútbol intenso, dinámico, protagonista y valiente. Vinimos a sumar desde el sentir, a generar más conexión con el país”.
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Vamos por partes. El fútbol llegó a nuestro país hace 126 años y nos afiliamos a la FIFA hace un siglo. Hace 98 años un dirigente ecuatoriano, Manuel Seminario Sáenz de Tejada, fue nombrado consejero de la entidad mundial y hace 94 lo designaron fiscal.
Gracias a este caballero Ecuador estaba ya en el planeta fútbol. Hace 86 años concurrimos a la Copa América y entre 1947 y 1993 organizamos tres de estas citas. Desde 1961 competimos en la Copa Libertadores y nuestro fútbol ha tenido finalistas y un ganador, la LDU de Quito.
Un futbolista ecuatoriano ganó dos veces la Copa Intercontinental con Peñarol de Uruguay, figura entre “Los inmortales” en el tomo 14 de la Enciclopedia Océano del Fútbol y es el inalcanzable goleador de la Copa Libertadores de América con 54 anotaciones.
Es una breve mención de lo que hemos sido y somos en el mundo del balompié, pero queda mucho por agregar. ¿Qué es lo que hace pensar a Beccacece, entonces, que somos un país de estúpidos redomados que recién conoce este deporte y al que puede impresionar con exageraciones y mentiras?
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Ya lo hemos dicho y lo sostenemos: Beccacece no es un técnico que garantice un rendimiento aceptable de nuestra Selección. No solo no le ha aportado nada al combinado, más bien le ha quitado lo que tenía de bueno. Si tuviera que hacer un gráfico de la Selección, la dibujaría así: un monigote decapitado, porque carece de cabeza y por tanto de cerebro.
En una Copa del Mundo no puede obrar de conductor un tipo al que rescataron después de fracasar en la segunda división española. Cuando Francisco Egas lo contrató acababa de ser despedido del Elche al no lograr el ascenso.
Un técnico de segunda para una selección a la que el círculo rosa de la FEF considera “una potencia mundial”. Le pondría un pecho de fisicoculturista por la calidad de sus zagueros centrales, pero dos brazos flacos colgando por lo poco que rinden sus marcadores. En el centro un abdomen lleno de gases producido por el inflador que le aplica el periodismo al exagerar las condiciones de jugadores que rinden poco en la Selección a la hora de iniciar un ataque y carecen de inteligencia creativa.
Al monigote le pondría una sola pierna, la de Enner Valencia cuando está en situación de jugar y no está enyesada. La otra pierna no existe. A todas estas deformaciones hay que agregarle los inventos, los errores y la obediencia de Beccacece hacia los reyes del mambo, como hicieron antes Gustavo Alfaro y Félix Sánchez Bas (nuestro Diario informó que ya existen ofertas por Darwin Guagua).
Para cualquiera que haya seguido el fútbol con capacidad de juicio y claro entendimiento, esta eliminatoria es una de las peores que hayamos visto desde que se implementó el sistema todos contra todos.
También ha sido la de cupos más accesibles. Clasifican seis de diez, más un cupo para el repechaje contra quién sabe qué remoto país o paraíso fiscal. Seguro serán siete cupos. Complicado era cuando a la Copa del Mundo iban 16 países en total y Conmebol tenía tres cupos que se resolvían en cuatro partidos.
En esta ocasión el nivel competitivo ha sido muy bajo, a excepción de Argentina; ha habido grandes desniveles en Brasil, Uruguay, Colombia, Paraguay y Ecuador. Venezuela insinuaba algo al inicio, pero decayó luego, mientras Chile, Bolivia y Perú han sido una decepción.
No hay mucho que celebrar en esta clasificación porque la pregunta que surge al instante es ¿qué vamos a hacer en la Copa del Mundo 2026 con una selección que se defiende bien, que no tiene un solo creativo y carece de gol? ¿Qué papel puede cumplir un director técnico que celebra un empate ante Perú, muestra una total ignorancia de nuestra historia y cree que somos un país de “giles”? (O)