En San Sebastián, la sala de Tabakalera se llenó de una quietud expectante: el conversatorio con Claire Denis prometía no sólo hablar de cine, sino abrir puertas hacia lo que hay detrás de sus imágenes más intensas.
Denis, con su voz pausada pero incisiva, recorrió su propia historia cinematográfica como quien desvela capas sucesivas de piel: Chocolat, Beau Travail, Una mujer en África, Trouble Every Day… obras que han explorado desde la sensualidad hasta la brutalidad, siempre con ese pulso que mezcla cuerpo, paisaje y memoria.
“Mi primer recuerdo del cine es que se podía fumar y estaba encantada de poder hacerlo”, dijo inicialmente entre risas.
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“Pero realmente., mi primera vez en un cine fue cuando mi abuelo me llevo a ver Guerra y paz, y no era una película para alguien de mi edad, pero me fascinó”, confesó la realizadora.
Su última película, Le Cri des Gardes (The Fence), inauguró el espacio para que la directora compartiera no solo detalles técnicos o imágenes poéticas, sino sus obsesiones: el poscolonialismo como herida abierta, la masculinidad que se desborda, la relación con la naturaleza enferma, el coraje (y el horror) de vivir en zonas abandonadas por la justicia.
Denis habló de esa valla –literal y simbólica– que separa mundos: los que se sienten dueños, los que son custodios, los que esperan ser escuchados.
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Al preguntarle sobre sus formas de aproximación al cine, las cuales son mas sensoriales que racionales, si a la hora de hacer películas le han inspirado imágenes de películas que haya visto.
Con su acostumbrada serenidad, Denis respondió: “Si, me han inspirado, pero de manera inconsciente, las maneras en que las vemos, que nos han gustado. El recuerdo está ahí cada vez que hacemos un plano, asi pensamos que nos estamos adaptando al guion, siempre esta ahí el recuerdo del cine de manera obligatoria. Si tengo una manera instintiva de trabajar y trato de no ser instintiva sino racional, porque seria peligroso dejarme llevar por las emociones y creo que en un rodaje hay mucho estrés, una batalla contra el tiempo y el instinto es un modo de supervivencia, no creativo, un instinto de supervivencia, una manera de salvar la película y seguirle el ritmo para mantener el control”.
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Lo más poderoso quizá no fue lo que dijo, sino cómo lo dijo: lejos de la retórica, con sencillez combativa. Recordó que el cine no es solo lo que aparece en pantalla, sino lo que se deja sentir después del proyector: los silencios, las preguntas, la disrupción.
Habló de los actores, de los paisajes con olor a abandono, del cuerpo como territorio político, sobre la belleza, la soledad y la creación, supo decir que: “La soledad profunda es algo particular y muy especifica en una película, que se puede compartir con los compañeros de trabajo, sumada a la soledad que sentimos al despertar y al dormir en la noche. Pero, al ser un grupo, nos permite vivir la soledad abstracta del arte, haciendo que la relación de nuestros compañeros sea esencial y al hablar de belleza ahí esta frente nuestro, creo que la belleza y fealdad del mundo tampoco se gasta o desgasta, la belleza y violencia tampoco”.
Claire se refirió además a temas como: su experiencia técnica en The Fence, métodos de rodaje, su relación con su grupo de trabajo, y los trabajadores de montaje, cómo algunas escenas se trabajaron con celular, cada detalles en la película, y su inspiración en la obra teatral de 1979, Black Battles with Dogs escrita por Bernard-Marie Koltès, además de una reflexión sobre colonialismo moderno, el trabajo extranjero, la explotación y las consecuencias humanas del poder occidental en otro continente y una historia que transcurre en una zona en África Occidental, en un sitio de construcción dirigido por occidentales, donde surge un conflicto cuando un hombre local exige que le devuelvan el cuerpo de su hermano quien murió en el sitio.
Verla conversar fue como asistir a un rito de conciencia: una invitación a mirar de otra forma, a no aceptar la indiferencia ni la distancia. Cuando Claire Denis pregunta “¿qué justicia puede haber si seguimos callando historias?”, deja caer una semilla de pregunta que cada espectador llevará consigo al caer la noche donostiarra. (E)
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