La delgada línea entre la víctima y la perpetradora es el eje central de La empleada (The Housemaid), el nuevo thriller protagonizado por Sydney Sweeney y Amanda Seyfried que llega el 1 de enero a las salas de cine ecuatorianas. La película propone una mirada poco convencional sobre la violencia doméstica, explorando dinámicas de poder cambiantes y personajes que nunca son lo que parecen.
Dirigida por Paul Feig, la historia sigue a Millie Calloway, interpretada por Sweeney, una joven atravesada por graves dificultades económicas que acepta un trabajo como empleada doméstica interna en la imponente casa de la familia Winchester. Allí es recibida por Nina, el personaje de Seyfried, una mujer rica, enigmática y emocionalmente inestable.
Millie llega con pocas pertenencias, una mochila con ropa y un auto viejo, y se instala en una habitación ubicada en la parte más alta de la casa, un espacio sin ventilación ni cerradura que desde el inicio genera una sensación inquietante. Esa incomodidad inicial anticipa una relación cargada de tensiones y desconfianza.
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“Lo fascinante y divertido de estos personajes y de su relación es que piensas que son completos, parece que todo es perfecto por fuera. Pero, cuando vas quitando capas, descubres algo completamente diferente. Es muy divertido interpretar a personajes que no son lo que parecen”, explicó Sweeney.
Basada en la novela homónima de Freida McFadden, The Housemaid se inscribe dentro del thriller psicológico al incorporar elementos de comedia negra y una tensión romántica que atraviesa el relato. El elenco se completa con Brandon Sklenar, quien interpreta a Andrew Winchester, el esposo aparentemente ideal, cuya presencia resulta clave en la compleja red de manipulación que domina la historia.
La relación entre Millie y Nina se construye desde una estructura de poder inestable, donde la violencia no se limita al vínculo matrimonial, sino que se extiende también hacia la empleada doméstica, atrapada en un sistema de control del que Andrew participa de forma ambigua y seductora.
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Para Seyfried, dar vida a Nina implicó recorrer un amplio abanico emocional. Su personaje se presenta como una mujer dominada por el odio, la envidia y los celos, impulsada por una lógica de venganza. “No como una emoción pasajera, sino como un impulso que la empuja a derribar a otros de manera fea pero necesaria, una fuerza que refleja la complejidad moral del personaje”, consideró la actriz.
En varios momentos del filme, Nina pierde el control frente a una Millie aterrada, obligada a soportar la situación debido a su vulnerabilidad económica y a un pasado oscuro que la condiciona. “Fue muy adictivo interpretar un personaje como este”, explicó Seyfried, mientras que Sweeney relató lo difícil que fue mantener la seriedad durante el rodaje: “Era realmente genial verla profundizar cada vez más en la locura y yo no podía reírme”.
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Para Seyfried, uno de los principales retos fue asumir el rol de observadora dentro del relato, funcionando como “los ojos de la audiencia” sin adelantarse a los constantes giros del guion. Este desafío estuvo acompañado por una reflexión sobre la empatía en la construcción de los personajes: “Tienes que ser muy empática con tus personajes”, apuntó. “Puedes no estar de acuerdo con sus decisiones, puedes cuestionarlas, pero siempre debes comprenderlos”, agregó.
A lo largo de la película, Nina y Millie intercambian posiciones, sorprendiendo al espectador con un juego constante entre victimización y culpa. Esta estructura narrativa no solo mantiene la tensión, sino que también deja abierta la posibilidad de una continuación.
“Soy una gran fan de los libros, y creo que si la gente realmente quiere ver más, a mí me encantaría”, comentó Sweeney sobre una eventual secuela. La actriz también subrayó que la película se aleja de los estereotipos sobre las relaciones entre mujeres y propone una lectura más compleja del abuso: “Creo que en realidad no se trata de venganza, creo que todos los personajes se encuentran en modo de supervivencia”. (E)
