Hace 4 años que la escultora Rafaella Descalzi (35) llegó a Guayaquil, y este es su primera exposición en la ciudad, llamada Cultivos ornamentales (naturaleza desmalezadora), inspirado en la flora silvestre que crece en entornos urbanos, a pesar del concreto y el metal.
Graduada de Artes Contemporáneas en la Universidad San Francisco, hizo una maestría en producción artística en la Universidad Politécnica de Valencia. Desde 2015 ha estado en actividad ininterrumpida, cuenta, y buena parte de esto ocurrió en su ciudad natal, Quito, donde fue miembro del directorio de la Fundación Estampería Quiteña y participó en muestras colectivas.
Cultivos ornamentales es resultado de un trabajo cercano de un año con el curador mexicano Alí Cotero. “Con él he realizado tres exposiciones en Ciudad de México, y al finalizar la última, me invitan a participar en Casa del Barrio con una propuesta individual”.
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¿Por qué las plantas? Rafaella se entusiasma al explicarlo. “La botánica siempre ha sido el eje de creación de mi trabajo. No buscando una representación perfecta, sino como una herramienta simbólica. Varía según la intención de los proyectos”. Y en realidad, hace varios años ya que la mala hierba apareció de manera “obsesiva” en su obra.
“Mi proceso creativo es muy intuitivo. Dejé que esto surgiera sin entender al comienzo el porqué. Y utilizando la cerámica como material, porque siento que este material es el gesto más honesto que sale de mí, de las entrañas; el momento de modelar es algo que no se piensa, es un impulso tan honesto”. Brotaron entonces las hierbas malas, las plantas silvestres, especies rebeldes. “Y en uno de mis viajes hacia Quito, vi la montaña, el verdor, los bosques, todo hizo clic en mi cabeza: esto es lo que me está faltando en Guayaquil, el paisaje que no tengo”.
Rafaella trabaja ahora cerca de un parque, el Forestal, en Infinito Estudio Taller, al sur de Guayaquil. “Justo cuando comienza el invierno y la lluvias torrenciales, aparecen estas cascadas verdes, preciosas, de hiedras que se toman veredas, que se toman casas en desuso, todos estos espacios abandonados, y eso despertó en mí esta idea de maravillarse, con cosas simples, sutiles, pero que representan algo mucho más grande. La mala hierba, de pronto, es esta idea de rebeldía, de resistencia frente a las estructuras, frente a lo que construimos encima”.
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Nosotros devoramos a la naturaleza y una vez puesto el cemento, ¿todo lo de abajo queda muerto? No, piensa la escultora. “Es solo vida encapsulada que en cualquier momento en que le das el espacio, la luz y el agua, va a salir”. Así, la vegetación contraataca un día y devora las estructuras, por más rígidas que sean, como en una película de Miyazaki.
Ella lo ve como resistencia a lo dado, a lo moldeado. “En esta muestra uso mucha tensión entre materiales: la planta frágil, representada por la cerámica, que tiene la fortaleza de romper el concreto, la varilla electrosoldada, lo duro, para ver la luz”.
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También hay piezas en bronce y pan de oro, que vienen a ser orfebrería. “Es la joya representando a la mala hierba, porque, además, tenemos todo categorizado y las plantas no se libran de eso; hay las buenas y las malas. A estas malas hierbas que, irónicamente, son las que comemos y las que nos curan, les doy un acabado pulcro, dorado, pulido”.
La artista presenta a los guayaquileños una contradicción. Un cemento que abrace, que no sea rígido, que responda de manera más suave a las categorías de dureza que le han sido impuestas. Después de todo, alega, el cemento también empieza como mineral, sacado de la tierra, y que antes de solidificarse pasa por un estado fluido.
“Y luego hay unas pequeñas piezas chiquitas de las que dije: bueno, es como una oda a Guayaquil, porque todas mis plantas las hago a partir de la memoria. Tengo un registro de las plantas que me mueven, que me apasionan, que quiero representar”. Anteriormente se fue a recorrer las calles del sur, recogió maleza y la reprodujo tomándose licencias artísticas y a gran escala. “Entonces son las malas hierbas de Guayaquil, y la serie se llama La estética de lo imprevisto”.
Lleva años trabajando en cerámica y también metal, vidrio y concreto. “Hago mucha monotipia, que es una técnica de grabado. Voy cambiando según lo que la obra me va pidiendo, y en esta necesitaba generar estas tensiones. Por lo tanto, me metí de lleno. Es una experimentación”.
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La mirada a Guayaquil de la artista Rafaella Descalzi
¿Cómo le va a un artista quiteño viviendo en Guayaquil? Rafaella se siente adaptada. Pero no ha sido fácil. “La pintura es un medio muy fuerte aquí, y encontrar un taller de escultura fue superdifícil. Al punto que tuve que comprarme un horno de cerámica (en Quito iba a talleres y alquilaba).Aquí no lo encontré. En Infinito Estudio Taller, con el escultor Joshua Jurado, hallé el espacio que estaba buscando, tranquilo, de mucha colaboración, porque la escultura eso necesita, es una práctica comunitaria por su complejidad, por su escala, por su peso”. Nada de Cultivos ornamentales, afirma, pudo haberse hecho sin ese equipo.
La muestra, que estará abierta hasta el 26 de julio en la galería de arte contemporáneo Casa del Barrio (calle La Moderna, km 5,6 de la vía Samborondón), ha sido acompañante de las fiestas julianas. “Me encantó que coincida con el mes, y es como poner la mirada en qué está pasando con los espacios verdes de Guayaquil, con la relación del guayaquileño con la naturaleza. Está cada vez más desplazada, veo muchos parques entregados al problema de violencia, que están cercados, áridos, y cada vez son menos los momentos que tenemos para compartir en espacios verdes”.
Las ciudades grandes necesitan y deben exigir respuestas, que es algo que se debatirá en el conversatorio de este sábado 19 de julio a las 18:00. “Así como la mala hierba se toma los espacios en desuso, como ciudadanos deberíamos comenzar a pedir los nuestros”. (F)