Somos un matrimonio estable, 36 años de casados con una hija de 25 años y una nieta de 3. La vida nos regaló un bebé hermoso de horas de nacido en la puerta. Lo acogimos con el más grande amor del mundo y sabiendo de la inmensa responsabilidad que implicaba, pues entonces teníamos 51 y 46 años, respectivamente. Hoy tiene 7 años, no acata las reglas ni obedece, solo al padre, que con el dolor del alma tiene que castigarlo con la correa. Hemos intentado de todo y visitado a cuanto psicólogo nos recomiendan. Por un lado es muy amoroso y afectivo, por otra, extremadamente gritón y berrinchudo.
Por consejo de los especialistas le hemos ido relatando (recreando en un cuento) sus antecedentes. Aparentemente al respecto todo marcha bien, pero desde hace algunos meses se pasa a dormir en nuestra cama. Estamos desorientados, no queremos un futuro caballo desbocado; dígannos qué más podemos hacer.
R. y G.
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Entiendo su malestar: pensar que el hijo que decidieron acoger con tanto amor pueda presentar conductas conflictivas genera preocupación y desorientación. Vamos a revisar juntos algunos aspectos que pueden estar influyendo en la situación actual.
Primero, es importante saber que muchos síntomas en la infancia no aparecen de manera aislada: suelen ser una forma de expresar algo que los niños no logran decir con palabras y que muchas veces refleja tensiones dentro del vínculo familiar.
El sentido de pertenencia y la aceptación son necesidades fundamentales en todo niño. En el caso de su hijo, que ya conoce su historia de adopción, es posible que esté buscando, a través de su comportamiento, conectar y asegurar su lugar dentro de la familia. Que ustedes le hayan compartido su origen es un gran paso positivo, pero también abre preguntas emocionales que él está procesando a su manera.
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Para comprender mejor lo que sucede, es útil detenerse en algunas reflexiones:
- ¿Existen normas claras en la familia, construidas en conjunto y respetadas por todos (incluido él)?
- ¿Hay coherencia entre lo que los adultos dicen y lo que hacen?
- ¿Se cumplen con firmeza los límites o suelen flexibilizarse con facilidad?
- ¿Su hijo tiene rutinas estables que le brinden seguridad?
- ¿Cuando se equivoca, se enfocan en castigar el error o en buscar soluciones?
- ¿Papá y mamá están de acuerdo en la manera de llevar la crianza?
- ¿Existen espacios de compartir afectivo, más allá de dar instrucciones o corregir?
- ¿Se practica una escucha activa hacia lo que él expresa, incluso con su conducta?
- ¿Hay situaciones tensas en el entorno familiar que, aunque parezcan ajenas a él, en realidad le afectan?
Estas preguntas pueden ayudarles a entender qué hay detrás de las conductas que hoy les preocupan. Recordemos que, en la infancia, el mal comportamiento no suele ser una “decisión” consciente de portarse mal, sino una forma de llamar la atención sobre algo que el niño no logra comprender o manejar.
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Respondiendo a estas inquietudes podrán identificar si se trata de ajustes que pueden hacer dentro de la dinámica familiar o si necesitan el acompañamiento de un especialista que trabaje con ustedes como sistema.
No se desanimen por experiencias previas: cada terapeuta tiene un estilo distinto, y lo importante es encontrar a la persona adecuada que les ayude a fortalecer vínculos, establecer normas firmes pero amorosas y acompañar a su hijo en este proceso de crecimiento.