Desde que era estudiante, Javier García Navas supo que su vocación se encaminaría hacia quienes enfrentan los retos propios de la adolescencia. La figura de un educador que, durante su escolaridad, con paciencia y empatía le enseñó a aceptar las diversidades y a valorar la singularidad de cada joven fue fundamental para dar pauta a su misión de vida.

“Descubrí que hay formas muy diversas de pensar y relacionarnos con el mundo, y que en eso se pueden lograr intercambios muy enriquecedores”, señala el ahora psicólogo clínico y máster en Psicoanálisis y Educación.

Esa experiencia sembró en él su deseo de convertirse en un profesional que no solo diagnostica, sino que también acompaña, empodera y escucha los silencios de los adolescentes para así darles la voz que tanto necesitan en esa etapa tan crucial, encontrando en sus diferentes situaciones la oportunidad ideal para transformar sus vidas al brindarles el apoyo y la atención que se merecen.

‘Ser parte’, un legado de amor, resiliencia y real inclusión

Convencido de que trabajar con jóvenes es un compromiso vital para construir una sociedad más empática y resiliente, García enfatiza que la adolescencia es un periodo de cambios profundos, en el que la atención prioritaria hacia ellos puede marcar la diferencia entre un camino de crecimiento saludable o uno de adversidades mal gestionadas.

El especialista, que también cuenta con un diplomado en Clínica Psicoanalítica de la Adolescencia Contemporánea, sostiene que asesorar a jóvenes requiere mucha paciencia, sensibilidad y una escucha activa permanente, ya que esta es una etapa en la que se consolidan la autoestima, las habilidades sociales y los proyectos a corto, mediano y largo plazo.

“Como psicólogo en una institución educativa comencé a atender a adolescentes que, más allá de tener dificultad para encajar en el programa académico, demostraban reflexiones profundas y formas tan diversas de interpretar la escena social”, menciona García, quien resalta que la familia juega un papel importantísimo en el proceso de crecimiento de una persona.

De allí que su labor también incluye acciones como el fortalecimiento y la promoción de un ambiente de respeto y comprensión mutua a través de charlas, talleres y conferencias para adolescentes y familias.

Reconociendo y aprovechando las diversidades

El docente de la carrera de Psicología Clínica en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, quien también realiza consultorías privadas, considera que una verdadera educación inclusiva debe de cimentarse sobre un modelo educativo que abra las puertas a unespacio en el que cada persona pueda descubrir y alimentar el gusto por aprender y que, asimismo, “permita y posibilite el encuentro de cada estudiante con la experiencia de enlazarse y aprender en espacios compartidos con otros semejantes, en los cuales la diferencia pueda inscribirse como un potenciador para la curiosidad y el entusiasmo”.

El experto ha participado en charlas y conferencias sobre la adolescencia y la familia. Foto: Cortesía

Y si se lleva esta reflexión al campo laboral, explica que nos enfrentamos a un reto aún más grande. Señala que pensar en empresas totalmente flexibles frente a las condiciones diversas de sus trabajadores es una idea realmente maravillosa. Sin embargo, aunque es una meta necesaria y valiosa, todavía estamos lejos de alcanzarla, agrega.

El especialista apunta que el verdadero cambio vendrá cuando logremos construir una sociedad que entienda que la inclusión no es un gesto de buena voluntad, sino una responsabilidad compartida.

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“Pienso que el punto más aterrizado, al día de hoy, es que quienes presentan algún rasgo o condición que pueda inscribirse en el campo de la discapacidad, en sus distintos rangos, deben de estar bastante preparados para las posibles dificultades que eso puede generarles a ellos o sus familias”, dice el especialista, quien advierte que es necesario anticiparse, porque la realidad es que el mundo laboral no puede ni debe funcionar como un acto de caridad.

García enfatiza que el concepto de inclusión debería ir más allá de un término aislado. A su criterio, la inclusión tendría que estar tan arraigada en la cultura institucional que la palabra “educación” no necesite del adjetivo “inclusiva”. Solo de esta manera, añade, las instituciones podrían transmitir ese enfoque a las familias, que ya cuentan con sus propios modos de relacionarse y entender el tema.

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Una labor de hormiga

En una sociedad que exige más empatía y diversidad, trabajar con la población adolescente se convierte en una tarea fundamental para construir un presente y un futuro más resilientes, de allí que el psicólogo destaca que –en relación con los jóvenes– es importante crear espacios de intercambio en los que puedan interactuar y participar activamente con sus semejantes.