El miércoles 7 de mayo, cuando los miradores del barco atunero Aldo observaban el mar desde la parte más alta de la cubierta, vieron a unas cinco millas un pequeño bote que llevaba una vela negra y pájaros alrededor. Era algo inusual. Las velas de los barcos no suelen ser tan mal hechas como aquella que veían a lo lejos y que, por momentos, parecía una sábana rota, maltratada y apenas sostenida por un pedazo de madera.