Sucedió en un país de frases, de pocas acciones y casi nulas decisiones; Éter fue elegida congresista (no asambleísta), haciendo gala de su nombre, su paso por este espacio fue volátil, sus acciones se disolvían como el agua y realmente hacía más cuando no hacía.
Un día se despertó y sin dudarlo le declaró la guerra a Dios; presurosa se vistió con bufanda y pañuelo, estaba lista para la batalla, que para ser franco la tenía perdida, pero como los congresistas de aquel país de frases aportan poco y trabajan menos, estaba decidida a luchar con Dios, quizá de esa forma suponía devengar su oneroso sueldo por lo que no hacía.
Llegó a su curul, lengua y bufanda se confundía en su discurso, le gritaba a Dios que la igualdad no existe, los miembros de su bancada le decían al oído que no eran iguales que el resto de los ciudadanos, porque tenían asistentes, consejeros, viáticos, departamento, pasajes aéreos en primera clase, pago de horas extras y uno que otro bono, pero Éter en su afán de seguir incriminando a Dios no los escuchaba.
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Dios, como es piadoso con los necesitados, decidió no escucharla. Para castigarla, la dejó como congresista.
Éter no contaba con que la ira de Dios sería pronunciada, nunca imaginó que Dios para protegerla (o más bien protegernos) le había mandado al arcángel Augusto, conocido como el “verdugo”.
El arcángel Augusto, en una “confesión”, generada no por su conciencia sino con “ayuda” de fiscalía, había registrado otras batallas de intereses personales, de los feligreses de Éter, que ahora lucha por no ser parte de la “Liga de Campeones” conocida como “Celeste”.
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La historia es confusa aun para Dios, que no entendía que ante tanta necesidad de la sociedad a la que supuestamente representaba Éter, una congresista le declare la guerra; para los ecuatorianos, esta anécdota no es confusa, estamos acostumbrados al maltratro y los buenos intereses personales de esos congresistas que presumen ser iguales aunque saben en lo más hondo de sus médulas que no lo son.
País de frases, que espera y añora leyes que marquen el progreso de la nación y no una pésima representación de una obra barata.
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Por el bien de Éter, esperemos que se retire en busca de otros senderos, para el bien de su nación, porque su razonamiento no contribuye a lo que de verdad importa: legislar en busca de la igualdad y bienestar de los ecuatorianos y no de la “Liga Celeste de Campeones”. (O)
Martín Gallardo, mayor (R), máster en Sseguridad y Políticas Públicas, Quito