Dios es el universo y el universo somos cada uno de nosotros. ¿Que quién eres tú? ¿De dónde venimos?, pues de Dios, esa energía informe, eterna e infinita en donde alguna vez nos incorporaremos eterna e infinitamente.
¿Y de dónde venimos? De un milagro, casi siempre del amor traducido en un ADN incorporado en una célula, de ahí un niño puro, inocente, ingenuo, santo, por eso Dios escogió a María para hacer un nuevo milagro, un niño que venga a enseñarnos lo que es el amor: Jesucristo, quien nos dejó frases como “amaos los unos a los otros como yo los he amado” o “perdónalos, padre, porque no saben lo que hacen”. Y es ese niño santo, inocente y sabio es el que recordamos en cada Navidad, a ese niño Jesús que todos llevamos dentro y al cual todos debemos recordar con gratitud y jamás olvidarnos porque siempre fue lo mejor de nosotros.
Como el despertar de la mañana que casi siempre se cobija en las hojas repletas de rocío y así como la noche no deja de alumbrarse por la Luna y las estrellas, así todo ser humano viene precedido por la rectitud y pureza de un niño que siempre está para recordarnos su honestidad e inocencia y con él disfrutaremos el tan anhelado paraíso.
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Ese es el niño que debemos recordar en cada Navidad. La Navidad es para recordar a ese niño divino que nació con toda la humildad y virtud en Nazaret y también para despertar a ese niño que todos llevamos dentro, a ese niño sin edad, sin prejuicios ni fronteras, ese niño silencioso y alegre, siempre libre de todo lo malo en que hemos convertido el mundo, volvamos a la curiosidad del niño que en eso se parecen a los genios, a los sabios, siempre buscando, siempre explorando. Cuando estás demasiado serio recuerda siempre a ese niño que llevas dentro que seguramente se está riendo de ti. (O)
Hugo Alexander Cajas Salvatierra, médico y comunicador social, Milagro















